¿Se imaginan a Quim Torra hablando con cordura?; ¿a Belén Esteban leyendo su discurso de
entrada en la Real Academia Española de la Lengua?; ¿a Tomás Martín Tamayo firmando un artículo hagiográfico sobre Ibarra o Monago?; ¿a Pablo Iglesias
disertando en latín sobre la obra de Kant
en la cátedra de Filosofía de la Universidad de Königsberg?; ¿a Rajoy, en directo, ilustrándonos sobre
literatura contemporánea comparada?; ¿a Miguel
Iceta sin hacer el tonto?; ¿a Puigdemont
cantando bulerías?; ¿a Vara pudiéndose abrochar el primer
botón de sus camisas?; ¿a Pedro Sánchez
diciendo la verdad?... Son situaciones que por absurdas, por surrealistas, el
solo hecho de imaginarlas no deja de producirnos, como mucho, hilaridad. Si
subimos un escalón, pasaríamos de la sorpresa al asombro y de la risa a la
indignación si nos encontráramos con que Ortega Smith fuera coordinador nacional
de las casas de acogida para mujeres maltratadas, un pederasta convicto
embajador de Unicef, un nazi presidente de
la Amical de Mauthausen o Abascal
director del Centro de menores de Primera Acogida de Hortaleza.
Pues yo he
llegado aún más arriba en esta escala, o más abajo, según se mire, y lo he
hecho hasta la náusea irreprimible sin necesidad de imaginar nada, sólo viendo
cómo una persona tan despreciable como Arnaldo
Otegui, un criminal convicto como él, terrorista satisfecho de serlo, es
paseado como un «hombre de paz», un colaborador generoso y sacrificado que
ayudó a «acabar con la violencia terrorista de ETA». La vesania interesada de
los dirigentes políticos que lo ha propiciado, no ha hecho sino escenificar una
ceremonia de humillación a las víctimas del terrorismo etarra vergonzosa y
repugnante. Pero si solo el ver la cara de cretino del elemento y la chulería
cutre que desprenden sus palabras y su altivez me pone las tripas de vuelta y
media, me produce aún más basca ver a los bambarrias del PSOE, con pose de
solemnidad y gesto trascendente, con el bálano del verraco en la mano oficiando
la infame ceremonia de presentarse como mamporreros de un criminal contumaz que
no se arrepiente del daño irrestañable causado, y que aún tiene la desfachatez
de ir de víctima siendo verdugo. Una muestra dolorosa de la escala de valores y
la ética de estos fariseos solemnes. Ni
un frasco de Primperan sería capaz de controlar mi vómito a la vista de este
circo infame y repugnante.
De los
sacristanes de esta infamia, digo de Podemos, me espero todo, pues sólo con
recordar la trayectoria zigzagueante que han seguido desde los albores de su
gestación, tengo más que suficiente. Nunca creí en ellos y nunca me fie de su
líder, Pablo Iglesias, que huele a
impostura y a estalinismo hasta en fotografía. Y además me parece un cursi
redomado. Y un trepa de aquí te espero. ¿Y los monaguillos de IU? Pues qué
quieren que les diga, ya no son nada. Porque el destrozo que ha llevado a cabo Garzón con ella no consigo entenderlo
si no es achacándolo a la codicia enfermiza de este panoli flojón e inseguro,
presa fácil a la que el predecible futuro vicepresidente del gobierno ha
hipnotizado hasta la alienación babeante. Integrada en Podemos por un plato de
lentejas, desnaturalizada e incorpórea, ha acabado como el macho de la mantis
tras la cópula que, cumplida ya su función reproductora, es devorado por la
hembra que lo engulle empezando por la cabeza. Y acéptese la metáfora mejorando
lo presente. O no.
En cualquier
caso, quienes abrazan y arropan a un criminal se convierten en cómplices de sus
crímenes. A mayor abundamiento si el delincuente no se arrepiente de sus
desmanes. Y cada cual puede abrazar a quien mejor le parezca, hasta ahí
podíamos llegar. Hay algunos que, incluso, se abrazan a las farolas con frenesí
de enamorado. Pero lo que no puede pretender esta caterva de inconsistentes es
que, después de hacerlo con el etarra Otegi, no haya quien piense que el PSOE,
Bildu, Podemos e IU, forman parte del mismo camión de estiércol. Y que huelen,
todos y cada uno, al estigma fétido que les imprime ser benévolos y
comprensivos con el horror de la sangre inocente derramada. Y esta es la misma
lógica que estos falsarios, que se abrazan a la hez terrorista, utilizan desde
la atalaya de una autoridad moral inexistente para acusar de corruptos a los
dirigentes de otros partidos que, dicen, amparan a sus correligionarios
pillados con las manos en la masa, cuando ellos andan ya agusanados y apestosos
tratando de blanquear el rojo de la sangre de las víctimas. Y a nosotros solo
nos quedará el derecho al pataleo y al asco.
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