sábado, 14 de abril de 2018

ABRIL


Llueve abril. Gotas de soledad para sentir conmigo a los ausentes que viven en mis sueños. En su repiqueteo tras los cristales, monótonas, menudas, con una voz mixtura de las que ya callaron, los llaman a recuento con palabras calmadas que tan solo yo escucho. Y tras comprobar que nadie falta, que el cómputo es correcto, que todos acudieron, los llevan con tesón y picardía hasta mis ojos trémulos, como un embaucador que ofreciera milagros y esperanzas. Cada gota insolente de esta lluvia de abril, lágrimas de los muertos de mi vida, alberga en su interior un corazón perdido. Saben, después de tantos años de trato y soledades compartidas, que soy víctima fácil de sus manejos. Porque mi afán ha sido, por trechos que la vida y los pasos agrandan, un inútil, un absurdo deseo de volver. Recordar y volver. Descubrir un camino a través del anhelo para encontrar de nuevo lo que ya no será. Y poder elegir los apeaderos de un viaje imposible para parar en ellos a revivir momentos, situaciones, perderme en la ilusión; renovar los abrazos; volver a oler olores suspendidos en el aire de antes; reencontrarme con ellos; ser, siendo ahora, un incordio imposible del pasado, un torpe advenedizo, calvo, viejo, que, aun fuera de lugar, conecte con el tiempo que se ha ido. Echo en falta la vida de otras vidas.

Sigue lloviendo abril mientras escribo. Sigue esta lluvia conocida y mía llamándome al regreso, absurda muerte efímera que intento compartir con quienes ya se fueron. Pero ellos no lo saben y yo jamás podré decirles cuánto sufro el dolor imposible de su huida, ni preguntarles si duermen bien o penan el eterno desvelo de no saberse cerca, de no poder volver adonde fueron. Me quedo sin saber si acaso en un instante en el que al fin la nada les deje ser presencia, consiguen recordarme como yo los recuerdo cada día. Esta lluvia, impertinente y necia, me obliga a seguir vivo, a no morir siquiera unos instantes para salir de dudas y volver a quererlos cara a cara.

(Fuente:Cincocentros)
Sigue lloviendo abril y sigue aquí en mis manos, con la crueldad que Eliot sintió mejor que yo. Supo decir lo justo para que yo supiera lo que dijo, y la vida y la muerte hicieron su trabajo para dejarme huérfano. Así fue que a pesar de mí mismo y de los días, del amor y las luces, de la felicidad y de los besos, aquí se quedó abril como un estigma junto a mi corazón, junto a mis manos, engendrando ‘lilas de la tierra muerta’, mezclando ‘recuerdos y anhelos’. ‘Tierra baldía’ que apenas da más frutos que unos versos inútiles empapados de agua que no remedian nada, tan solo son testigos que dan fe y testimonio del peso lacerante que soportan mis hombros. Camino de silencios que he recorrido a ciegas, sin quererlo, estando quieto, empujado a la fuerza por la vida.

Sigue lloviendo abril. Se alía la tarde con la quietud que late en el aire angustiado de  corazones lentos que se fueron. Y el mío, forzado espectador de la nostalgia, rodeado de añoranzas se acomoda a ese ritmo pausado, cadencioso, que acunan sus silencios en mi pecho. Absorto en el ensueño de mi retorno a ellos, distingo sus sonidos, sus risas, sus lamentos, identifico voces y, si me empeño un poco y aporto algunos gramos de locura, soy capaz de sentir en mis mejillas las tímidas caricias de sus manos. Pero ellos no lo saben. No, no lo saben...

Sigue lloviendo abril y se repite la perpetua función de mi impotencia. Cuando menos lo espere, con lluvia o sol, en mayo o en noviembre, abril se me vendrá de nuevo hasta el ‘almario’, lo empapará de lágrimas y ausencias, y volverá a enredarme en la quimera de mi retorno inmóvil. Porque abril es mucho más que un mes que espera a ser nombrado sujeto a un calendario. Él alberga en su alma un espíritu indócil, un duende imprevisible, un suspiro ambulante y caprichoso que, con la crueldad inocente de los niños, en la mitad de él mismo, hace ya tantos años que fue ayer, inundó para siempre las horas de mis días de soledad, de una tristeza ausente que administra a su antojo y me obliga a sentir según sus órdenes, esperando sonrisas que se han muerto, andando hacia el encuentro del olor de una luz que ya no existe.   

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