sábado, 5 de noviembre de 2016

PEDRO SÁNCHEZ Y MI HERNIA

Alguien pensará que estoy obsesionado, pero en mi descargo debo decir que la primera intención que tuve para este encuentro sabatino era escribir sobre las travesuras de mi hernia inguinal derecha, que tiene su aquel. Contar, por ejemplo, con todo el detalle que la educación y el respeto ajeno me imponen, la molesta sensación que me produce cuando toso, estornudo o me río con ganas, sentir en el escroto, proveniente de mis tripas liberadas, el impacto de una toba molestísima y, en más de una ocasión, moderadamente dolorosa. O dado que las puñeteras han adquirido ya considerable experiencia en el tormento, cómo cuando creo anticiparme a su agresión y aplico con firmeza mi mano sobre la zona púbica que presumo va a ser atacada, las muy zorras se vienen arriba hostigándome la parte alta de la ingle, en donde empujan con descaro como si fueran un alien chinche y mortificante que amaga con salir. En fin, espero que el próximo día 17, estas tripas salidas de madre sean encauzadas y devueltas al lugar que les corresponde. Así, ellas cesarán en sus correrías recobrando su discreta actividad; mi testículo, libre de papirotazos, volverá a su calma lánguida,  y este servidor de ustedes podrá toser, estornudar o reír con ganas sin necesidad de estar pendiente de sus cuajarejas.

Digo que de esto quería escribir, pero Pedro Sánchez no me ha dejado. Porque ando todavía estupefacto después de verle el pasado domingo en televisión hacer un ejercicio de autocomplacencia casi hagiográfico, presentándose como una reencarnación paradigmática del espíritu de una nueva izquierda luminosa, un mártir de las esencias socialistas vencido, momentáneamente, por la alianza de fuerzas en teoría opuestas que, ante el enemigo común, él, parecen haberse confabulado para impedir el “impulso transformador y renovador” necesario para cambiar la realidad del país. ¡Toma nísperos, Susana, que se agusanan! Esa coalición antinatura entre poderes económico-financieros, marcando la línea editorial de los medios de comunicación de los que son partícipes, y una comisión gestora socialista, con espurios intereses alejados del sentir de la verdadera militancia izquierdista, ha sido la causante de su caída. Porque el rumbo del PSOE, con su dirección, era el de reconciliarse con el votante de izquierdas, mirando de tú a tú y trabajando con Podemos, que es la estrategia a seguir si se quiere ser alternativa de gobierno. No más reproches, por tanto, y más cooperación y entendimiento. “Una de las cosas que vi en la primera sesión de investidura es que el país no tiene oposición, porque el PSOE está en tierra de nadie”.

Para remediar tamaña catástrofe, y no arredrándose ante los poderosos enemigos a los que se enfrenta, piensa realizar el viaje evangelizador que anunció en el momento de dimitir, visitando todo los rincones de España para devolver al PSOE a la tierra fértil que le corresponde. O no tan fértil, porque, expresando su deseo de volver a ser secretario general, nos hizo partícipe de su creencia de que lo importante no es el número de escaños, sino qué se hace con ellos. Afirmación esta a la que aún sigo dándole vueltas sin lograr desentrañar la profundidad, aparentemente equívoca, que encierra. Y para que no falte de nada,  hubo dos frases que consiguieron añadir intranquilidad a mi estupor. Una de ellas cuando afirmó, refiriéndose a la supuesta conspiración orquestada por los medios de comunicación en su contra, que “el pensamiento único que se ha visto (en ellos), lo que demuestra es que el país necesita unos medios mucho más plurales, mucho más críticos”. La otra tampoco es moco de pavo: “Una de las principales lecciones que he aprendido en estos 3 años de secretario general, es comprender la naturaleza de nuestro país, que España es una nación de naciones y que Cataluña es una nación dentro de otra”. Pues eso, para ir a mear y no echar gota.

En fin, yo no sé si Pedro Sánchez cree reales los desvaríos por los que transitó en la entrevista, o todo fue la puesta en escena de un guion cargado de cinismo paranoico, pero estoy convencido de que está dispuesto a arrojar al abismo al partido al que dice adorar y, de rebote, a España. El sometimiento humillante a Podemos, y el desprecio con el que Pablo Iglesias ha recibido su entrega sumisa y vergonzante, me ha parecido un espectáculo deprimente y vomitivo. No sé cuánto tiempo podrá aguantar el PSOE en sus filas a enemigo tan peligroso, aunque tenga claro que este ganapán es una bomba de relojería incrustada en sus tuétanos.  A mayor abundamiento si tenemos en cuenta la evidencia de que cuanto más PSOE, menos Podemos. Y eso, aunque no mejore mi hernia, es más que beneficioso para la buena salud de nuestra democracia. Que es de lo que se trata.

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