domingo, 19 de enero de 2014

DEL ABORTO Y SUS LEYES

Hice la mili desde enero de 1977 hasta  marzo de 1978. Mi santa, en aquellos tiempos de noviazgo aún sin canonizar, tenía bastantes irregularidades con la regla, de manera que ya habíamos tenido algún sobresalto con los retrasos, que luego quedaron en nada. Y ocurrió que en el mes de vacaciones reglamentarias, con dos faltas teóricas en su menstruación, venía hacia Badajoz convencido de que esta vez sí que era la vez. En el autobús memoricé, a fuerza de repetirlas mentalmente, las palabras con las que debía comunicar la noticia a mis suegros. Traía en el petate, junto con el ropaje militar de faena, un par de patucos que resumían una ilusión no exenta de angustia, y ya me veía de vuelta a Granada habiendo dejado atrás mi soltería. Ella con la carrera de Magisterio recién terminada, dispuesta a preparar oposiciones  y yo, de entrada, sin otro beneficio que la poesía que, aunque no se pueda vivir sin ella, no sirve para vivir. Cuando, asustados y nerviosos, íbamos camino de saber el resultado de “la prueba del rano”, que era la que se estilaba en aquellos años, a mi santa le vino el mes.
Y los patucos, que aún conservamos, quedaron como testigos mudos de lo que pudo haber sido. Pero a ninguno de los dos nos pasó por la cabeza, por el corazón menos, la posibilidad de abortar, a pesar del futuro inmediato tenguerengue que se nos presentaba. Sirva lo que cuento para ilustrar mi postura sobre este delicado asunto. Una postura de la que estoy convencido. A nivel de mi vida, como una actitud personal que se circunscribe al círculo cerrado que me rodea. ¿Si ella hubiera querido abortar? Lo pensé antes de saber que no quería hacerlo, algo que intuía. Y estaba decidido a acompañarla y a hacer que sintiera mi apoyo sin fisuras. Qué clase de amor miserable hubiera sido el mío abandonándola en mitad de la tragedia.

Este posicionamiento íntimo contrario al aborto, sobre todo cuando se utiliza como último recurso ante la falta de previsión o la desidia, en el que tanto influyen el sentimiento y la educación recibida, no me impide estar convencido de la necesidad de su regulación por ley. La situación anterior, que castigaba con penas de prisión y multa a las mujeres que abortaran, resultaba anacrónica, injusta y cargada de hipocresía: Sólo las que disponían de medios para viajar fuera de España podían asegurar la impunidad y un mínimo de garantía y de higiene. En España, la clandestinidad conllevaba, en muchos casos, una falta de asepsia y de profesionalidad que acarreaban graves perjuicios para la mujer. Cuando no la muerte.

Este estado calamitoso de las cosas trató de enmendarlo un primer proyecto de ley, que modificaba el Código Penal, aprobado el 30 de noviembre de 1983. En contra de lo que han dicho recientemente algunos dirigentes del PP, no hubo consenso sobre la nueva ley porque el Grupo Popular, a través del papá del actual ministro de Justicia, presentó un recurso previo de inconstitucionalidad que llevó a suspender su vigencia ipso facto. Declarada inconstitucional en abril de 1985, fue definitivamente promulgada, con las rectificaciones pertinentes, el 5 de julio de ese año. Contemplaba tres supuestos: Grave peligro para la vida o la salud física o síquica de la embarazada, sin límite en las semanas de gestación; que el embarazo fuera consecuencia de un hecho constitutivo de delito de violación, previamente denunciado, hasta las primeras 12 semanas; y que se presumiera que el feto fuera a nacer con graves taras físicas o síquicas, hasta las primeras 22 semanas. Esta ley, a pesar de no estar consensuada, fue aceptada de forma implícita por el Partido Popular. Tan es así que en las dos legislaturas de Aznar, de 1996 a 2004, no fue modificada ni derogada ni sustituida por otra. Cuando el asunto parecía zanjado, en la segunda legislatura zapatera, empeñado como estaba el suricato esdrújulo en su política de pasarela y fanfarria, encarga a la ministra Bibiana, paradigma de estolidez y déficit neuronal, una nueva ley del aborto que fuera imagen de su feminismo militante non plus ultra.
El resultado de la conjunción de ambas carencias andantes fue una aberración, disparatada por excesiva e irresponsable, vigente a partir del segundo semestre de 2010, que legalizaba el aborto libre, incluso en niñas de 16 y 17 años sin autorización ni conocimiento paternos. Una ley, además de disparatada,  innecesaria, porque si se ven las estadísticas de 2009 a 2011 se comprueba que el primer supuesto de la anterior funcionaba, en la práctica, como un supuesto de plazos.

Pero como en este país de políticos principiantes y cerriles pasamos de calvos a siete pelucas, el trompeteo de aquellos espoleó a la carcunda soterrada de estos, y una tercera ley del aborto nos amenaza. Más restrictiva que la primera, al eliminar , por “convicción personal” del ministro, el supuesto de malformación del feto, y dejando los otros dos  como una carrera de obstáculos llena de dificultades. Un paripé repleto de trampas legales para cubrir el expediente. Lo cual, salimos de la sartén para caer en las brasas, y de los polvos de Bibiana Aído nos llegan estos lodos de Alberto Ruiz Gallardón. Mucho me temo que con este asunto del aborto va ocurrir lo mismo que con la educación, que acabará habiendo tantas leyes como alternancias en el poder se produzcan. Y en medio, la ciudadanía zarandeada y víctima de unos gobernantes burriciegos y sectarios, que legislan con las tripas y desprecian los anhelos y las opiniones de aquellos a quienes dicen representar.




No hay comentarios: