domingo, 13 de octubre de 2013

FRUFRÚ DE TOGAS

Una de las máximas del ingenuo Montesquieu más sobeteada y desaprensivamente utilizada y transgredida por todos los poderes del Estado es, precisamente, aquella que hacía referencia a la separación de dichos poderes como uno de los pilares fundamentales del Estado de Derecho. Se suponía que unos iban a actuar como contrapeso de los otros y eso serviría para defender al ciudadano no sólo de sus congéneres, sino también de los abusos estatales. Una situación ideal que se queda, como mucho, en declaración de intenciones utópicas por estos corrales patrios porque desde que Alfonso Guerra, en arrebato estalinista, ofició el sepelio del pensador ilustrado, todos los que vinieron detrás se han encargado de ir echando paletadas de tierra sobre su tumba por si, como en el chiste, en vez de muerto estuviera mal enterrado. La actuación de Pascualín de Pascualón y sus mariachis constitucionalistas legalizando formaciones proetarras, o la del juez José Luis Castro liberando a Bolinaga, asesino irredento y moribundo vitalicio, son dos ejemplos palmarios de que la independencia judicial más que una utopía viene a ser, aquí y al día de hoy, un sofisma demagógico cuando no una patraña. Si a lo anterior añadimos la perversión que supone que el poder ejecutivo, encargado de hacer cumplir las leyes, suplante al legislativo, responsable de promulgarlas, transformando su cometido, sobre todo si aquel dispone de mayoría absoluta, en un mero trámite de ida y vuelta, y a sus miembros tan sólo en un número suficiente de votantes aborregados a las órdenes del partido que los nomina, las conclusiones no pueden ser más deprimentes. Y más desalentadoras. Pero bueno, qué se puede esperar de un sistema donde el gobierno nombra jueces y fiscales como Franco nombraba obispos. Y, para más escarnio, si un ministro de Justicia como el que tenemos anda encaramado en el pescante, no es que nos toque sufrir por nuestra mala suerte, que también, es que además con semejante auriga podemos ir camino de cualquier parte. Siempre hacia atrás, claro, y sacando los palios al oreo vaya a ser que se apolillen.

Si a perro flaco todo son pulgas y por si la justicia no tuviera ya suficientemente deteriorada su imagen, el lío de magistrados, magistradas, abogados concursales, amores, parentelas, despechos, detectives y denuncias vivido el mes pasado en los juzgados pacenses y recogido por el HOY esta semana, viene a añadir el punto de frivolidad pedestre y ácida que faltaba para completar su desprestigio. Si esto hubiera ocurrido en una gran urbe nada hubiera transcendido, que la multitud facilita el anonimato, pero Badajoz, siendo una ciudad, en determinados momentos puede transformarse en aldea o, incluso, en patio de vecinos que interiorizan, como si fuera un monográfico de Sálvame a la puerta de sus casas, este episodio de piques conyugales entre magistrados, algunos con selectos apellidos. Veamos: Dos jueces separados de hecho, no de derecho, desde enero. Él, Luis José, en Puertollano; ella, Esther, jueza única del mercantil en Badajoz. Dos hijos de 4 y 6 años que estudian y viven en Puertollano. Él contrata a un detective para saber qué ocurría con las criaturas cuando estaban con su madre en Badajoz y éste le informa que su ex tiene una nueva pareja sentimental, Juan, abogado concursal. Luis José y Esther tienen un encuentro, el 30 de agosto, que acaba muy malamente. Tras él, Luis José denuncia a Esther por adjudicar a su nueva pareja, como jueza de lo mercantil, actuaciones concursales que le reportan a éste pingües emolumentos. Como a la fuerza ahorcan, Juan renuncia a estas adjudicaciones. Esther denuncia a Luis José por maltrato sicológico y exige la custodia de los niños. La jueza sustituta del juzgado de Badajoz desestima la demanda y les conmina a la cordura. El fiscal recurre. La jueza titular, Samantha (sí, con “th”) casada con Emilio, juez decano de Badajoz y, a su vez,  primo del abogado concursal Juan, ya reincorporada de sus vacaciones retoma el caso admitiendo el recurso del fiscal, contradice el auto de su sustituta, dispone que la custodia de los niños la ejerza la madre y ordena el alejamiento de su marido de hecho, Luis José. (Quizás la jueza Samantha (sí, con “th”) debería haber ordenado el no-acercamiento, dado que de Puertollano a Badajoz hay casi 300 quilómetros). Y hasta ahí leí, quizás sé y puedo escribir. Parece que Luis José presentará hasta tres demandas contra su ex de hecho y demás. Y los vecinos pendientes.

Vaya culebrón venezolano se ha perdido la televisión, con apellidos de tanto “abuelengo” y tanta “prosopopeya”, que diría Cantinflas. Incluso hay nombres sonoros (Luis José) o de grafía oportunísima (sí, con “th”), que vienen pintiparados para un serial querendón que podría titularse algo así como Pasiones leguleyas. Rebajando el tono de drama pasional a vodevil arrevistado tipo Lina Morgan y Juanito Navarro, podríamos intentarlo con Amores entre puñetas o así. A mí, sin embargo,  más inclinado al sentido trágico de la vida, la duda que me inquieta es saber el jergón de qué cárcel andaría acogiendo ahora a uno de los dos protagonistas principales de esta historia si no hubiera sido juez. Porque ya se sabe, la justicia, con toda su parafernalia, para el ciudadano de a pie puede llegar a ser una losa inmisericorde y aberrante que lo aplaste ocultando los mayores dislates. Y casi siempre de bóbilis.



2 comentarios:

Muli dijo...

¡Madre del Amor Hermoso!¡Vaya panorama!
Elcomentario,como siempre,muy bueno.Un abrazo

Anónimo dijo...

Jaime Álvarez-Buiza escribe de rechupete, lo cual no es óbice para que sus guisos literarios en prosa pequen para mi gusto de un cierto exceso de acidez y acritud; todo lo contrario que cuando escribe poesía, siempre plena de ternura y delicada mesura.