lunes, 2 de septiembre de 2013

"IL DOLCE FAR NIENTE"



Dada mi provecta edad o así, de unos pocos años para acá este mes de agosto vacacional me lo tomo, resumiendo, de relajo. Cuando voy, voy a ver a mis hijos a Barcelona y poco más. Mi santa y yo, instalados en esa placidez que proporciona el amor sereno y suficiente, conscientes de nuestros más y nuestros menos y sabiendo lo que podemos exigirnos el uno al otro nos acomodamos, sin perdernos en proyectos que de antemano sabemos condenados al fracaso, en los recovecos que el tiempo nos ha ido proporcionando. Bueno, quizás ella, más condescendiente que yo, se amolda resignada a mis fobias aéreas y aventureras y se solidariza así con las angustias que me producen ciertos desatinos viajeros. De modo que lo que hacemos, fundamentalmente, es estar juntos, intuirnos, hablar cuando es necesario, callar cuando es preciso, sabernos mientras uno lee y el otro ve la tele o al revés o al unísono, y sentir que seguimos ahí, comunicándonos en silencio a través de esa frecuencia sabia que dan los años de relación y conocimiento.

Tenemos la ventaja de disfrutar en la casa de una cocina amplia, con una mesa holgada, televisor y musiquita donde, en verano, hacemos prácticamente la vida. A primera hora de la mañana me instalo allí con el ordenador, leo los diarios digitales y, según se tercie, me encabrono, me río, me asombro, me emociono o me desespero con ellos. Y constato a diario las posibilidades que una misma noticia tiene, según sea la tendencia del medio en que aparezca, de ser ella y su contraria. Pura magia. Después salgo al espacio exterior, compro el pan y el HOY y, de vuelta al abrigo del útero, me lo leo y lo bebo al compás de un cafetito cremoso. Así disfruto de uno de los placeres que más satisfacción me producen en esta vida (que alguien calificará de simplona) que por ahora vivo. Solo me falta para cerrar el círculo del clímax  ¡ay! un cigarrito. Pero desde octubre del año pasado renuncié a él y ando a cabezazos contra su ausencia, sobre todo en momentos mágicos como el descrito donde periódico impreso, lengüetazo al dedo para pasar y escuchar página y café, conforman el súmmum del “rechinchoncheo” y de la bonanza. A cambio del sacrificio que supone la abstinencia y para combatirla disfruto de una indemnización que viene a ser bien primaria y, por tanto, la gozo y fomento día a día, cual es atiborrarme de chucherías y dulzainas de las que he conformado un variado muestrario en sabores, texturas, tamaños y coloridos y que me zampo con  ansia de una manera anárquica y casi animal. Siendo lo anterior satisfactorio y engordador, el fruto que más y mejor me recompensa de mi ayuno nicotínico es la satisfacción que me produce el que la tos ya no me impida ni me interrumpa la risa. Gloria bendita. Con lo cual ahora puedo carcajearme a gusto hasta de mi propia sombra. Y de la de algunos ni les cuento.

Al filo del mediodía resuena en el silencio interior la sirena que me indica que llegó el momento de dejar toda actividad y, con cervecita y condumio aperitivero de por medio, me zambullo en el placer inmenso del “dolce far niente”. Para mí lo ideal sería, como su propio nombre indica, estar sin hacer absolutamente nada, ni siquiera pensar, sentirme apenas vegetal y sumergirme de lleno en el nirvana de la molicie, pero como no hay rosa sin espinas ni paraíso sin serpiente, cedo a los deseos de la mi santa, transijo y aguanto con resignación cristiana que irrumpa en nuestro asueto y en mi placidez el engendro televisivo. No estamos abonados a ninguna plataforma de ésas que te permiten acceder a multitud de canales, ni acostumbro a estar pendiente del aparatejo si no es para picotear debates y ver las noticias o alguna película o documental que me interese. Pero dadas las circunstancias, durante estas mañanas agosteñas me he implicado algo más en revolotear, zapeando, por los programas mañaneros. Vayan dos detalles de mi malhadada experiencia: Ha habido dos cadenas emitiendo sendos debates con tertulianos en algunos casos vocingleros y siempre pontífices, que si no existiera el llamado caso Bárcenas tendrían que haber ocupado ese tramo con refritos o anuncios de teletienda. Me daba la impresión cada mañana de que estaban repitiendo el del día anterior: mismos personajes, mismos rótulos, misma foto del tesorero cabezón, similar suficiencia impostada, idéntico guirigay... Incluso dudaba si era una u otra la que había sintonizado, porque el sonido de la matraca no da para muchos registros. ¡Qué pelmazos Ángela, Madre del Amor Hermoso! Y en otra cadena, me topé con un espacio conducido por uno de los tropecientos mil cocineros vascos, (a veces me da la impresión de que en el País Vasco hay más cocineros que habitantes), que me irritó profundamente.  Y no solo por los chistes deplorables que cuenta mal, ni porque desafina cuando canta, ni por el autobombo que hace de sí mismo y sus productos, que también. Es que, a mitad de la emisión y en el mismo escenario donde un momento antes se elaboraba una, digamos, suculenta receta, aparece la hermana del susodicho hablándonos de sus problemas de estreñimiento al tiempo que nos recomienda un producto milagroso para que larguemos heces sin problemas. Algo así como zimarrón encebollado sobre emulsión de tximitxurri evacuante. Vaya, que me pareció de un mal gusto tremendo, rayano en lo escatológico.

De cualquier manera, y esto es lo importante, durante todo el mes me ha costado saber en qué día de la semana vivía, síntoma inequívoco de que el paréntesis vacacional iba como tenía que ir. El lunes volveré al trabajo sin sentir esa idiotez absurda y blandengue de la depresión posvacacional. Antes al contrario, iré contento sabiendo que tengo la suerte de poder hacerlo. Y con la ilusión de que el año que viene, crisis mediante, más.

2 comentarios:

Muli dijo...

Muy bonito el comentario.Me ha gustado mucho.Un abrazo

Carlos Rivero. dijo...

La magia y el arte de lo cotidiano sentido y vivido.
Un abrazote.