El poemario, en esta ocasión, no es
poemario al uso, de modo que hay que pasear por sus páginas con los ojos bien
abiertos, limpios, sin ataduras ni prejuicios que puedan evitarnos disfrutar de
él. Decir que lo más clásico que nos encontramos en sus páginas es un “soneto
mudo” cuyos dos tercetos son la traducción que el autor hace de los estertores
bocineros de Harpo Marx, les da le
medida de lo que digo. Pródigo en citas que no coloca este autor, como otros, a
beneficio de inventario, y que deben leerse, por tanto, con la misma atención
que los poemas, destacaré estas tres porque creo, a toro pasado y leído, que
pueden darles la clave de lo que se van a encontrar. La primera de ellas, es
una pintada del mayo francés: “Dios ha
muerto, Marx ha muerto, y yo tampoco me encuentro muy bien”. La segunda,
del escritor y filósofo francés Georges
Bataille, que escribió: “Lo reiteraré
de todas las maneras posibles: el mundo sólo es habitable a cambio de no
respetar nada”. Y la tercera, del belga Raoul Vaneigem: “No hay
símbolo, por aborrecible que sea, que los juegos de lo viviente no tengan el
poder de disolver”. Junten las tres, agiten la coctelera, añádanle un
lingotazo ácrata, unas gotas de descaro más el oficio asentado de un escritor
curtido, y el temible y demoníaco relativismo que tanto denuestan ahora los
vendedores de orejeras se queda en repostería de convento. A partir de ahí, y
por eso, o al revés si se regresa al futuro, se encontrarán ustedes con un
libro que es un torrente iconoclasta, gamberro, imaginativo, escéptico, con una
arquitectura formal que el montaje final del director ha mejorado, y en el que
paseamos por un mundo de ficción realista, por un maratón peliculero en el que
materialidad y fantasía no están constreñidas por fronteras, sino que se
mezclan y se confunden y se parasitan mutuamente. Con un estilo apabullante hasta
lo lisérgico, nos sumerge en una sucesión de historias posibles por imposibles,
que la magia del cinematógrafo inmenso que es la vida hace realidad: vemos al
filósofo Karl, quinto de los
hermanos Marx y a Harpo, digo,
perdón, a “Francisco Harpo, Caudillo de España por la gracia de Dios”,
manteniendo, mientras asisten en un cine porno a la felación que Mónica Halkova ejecuta a un elegido, un
diálogo desopilante en el que se establece el onanismo como una nueva forma de
religiosidad a la que el capitalismo nunca podrá corromper; asistimos a la
encarnadura, junto a los antiguos cines Luna, de un nuevo Cristo “que ha
colgado su cruz en una alcoba sembrada de desórdenes y congoja” y para el que el cielo “es un restaurante
donde todos los días hay paella”; o descubriremos
que Leopoldo María Panero, el que
está “hasta el puto culo de sí mismo”,
morirá en 2047, mientras su padre es un zombi que juega al golf con Pemán, Rosales y otros “poetastros falangistas” al tiempo que él, en la
vigilia de un sueño, les ofrece el manjar de su cerebro.

Leí ese día en la prensa digital
dos titulares que parece que se confabularon para tratar de amargarnos.“El
libro celebra su muerte”, decía uno. El otro, aún más peliagudo: “El cine pide
clemencia a Montoro”, o sea, el
condenado implorando a su verdugo. El panorama, ya ven, es de aúpa. No obstante,
creo que libros como éste, que despeja certezas y alimenta dudas, nos sirven de
refugio contra esa realidad apocalíptica y agorera que parece que nos rodea, no
para huir de ella u ocultarla ocultándonos, sino para tratar de impedir
augurios tan pavorosos como los que presagia. Así, quizás, lograremos evitar entre
todos que el libro muera y que el cine tenga necesidad de implorar. Y si a
pesar de todo no lo conseguimos, pues que venga Harpo y lo arregle a bocinazos.
2 comentarios:
Jolin Jaime!...Es que casi no necesito leer el libro...
Eres magistral..
Un abrazote.
Tiene razón Carlos Rivero.Excelente el comentario.
Un abrazo.
Publicar un comentario