domingo, 17 de marzo de 2013

DE BRUJAS Y MOMIAS

Mintegi
Posiblemente ya lo habría hecho antes, pero con los urdangarines y los bárcenas al retortero no he estado yo muy atento y tal vez se me ha pasado. No ha sido sino hasta este jueves que he asistido al desnudo obsceno de la bruja vasca. En sede parlamentaria se despojó del disfraz herrumbroso de abuelita amable y sonriente que se enfundaba al salir de las alcantarillas, y compareció, en toda su oscuridad, con su verdadero aspecto de pantaruja cómplice de asesinos, defensora de asesinos y colega de asesinos. La tal Laura Mintegi, portavoz de EH Bildu en el Parlamento vasco, soltó la marranada que de ella se esperaba al definir el asesinato de Fernando Buesa como “muerte por causa política”, añadiendo la tal individua que esa muerte podría haberse evitado si el gobierno de España hubiera estado dispuesto al diálogo. Por elevación, semejante escupitajo dialéctico sería aplicable a todos los asesinatos de la banda. Sin sorprenderme de que una cerda apeste soy incapaz de acostumbrarme a ese olor, que sigue produciéndome repugnancia y náuseas. Y más si, como en el caso que nos ocupa, el hedor pretende enmascararse con aromas de normalidad democrática. Y toda esta desfachatez institucional por obra y gracia de una sentencia cobarde auspiciada por Pascualín de Pascualón y sus mariachis constitucionalistas, que legalizaba a esta manada infame de sociópatas. Una sentencia que, para desbaratar el tópico enervante y pelmazo que no se cansan de repetir unos y otros, yo no tengo que acatar porque no me corresponde y a la que no tengo ningún respeto porque me parece una canallada en toda regla. Y amplío sin dudarlo este desprecio irreversible a los magistrados que la propiciaron, precisamente porque lo hicieron.



Bolinaga
 Me subleva muchas veces esta España idólatra y acomplejada propensa a la entrega acrítica. No sé si es que llevamos en los genes la adoración al título, al escalafón, al marco de diplomas adornando paredes desconchadas, y baste decir que éste es catedrático, aquél médico y el que asoma detrás del capisayo, juez, para que nos sintamos obligados a agachar la cabeza confiando en su alto e inapelable magisterio. Pues que conmigo no cuenten para este trágala medieval sin fundamento y absolutamente irracional. Como dice el dicho: “El que siendo servilleta llega a mantel, ¡Dios nos libre de él!” Porque conozco jueces cataplasmas, juezas pedorras, catedráticos analfabetos y médicos a los que envidiaría el mismísimo Jack el Destripador. Y, sin embargo, un poner, aquí sale un juez iluminado dictando una sentencia con su parafernalia togada de puñetas y, por más maula que sea el juez y más disparatada que sea la sentencia, todo el mundo boca abajo, entregados y sumisos como si se abrieran los cielos y fuera, entregándole a Charlton Heston las tablas de la ley, el mismísimo Jehová cosificado en la zarza que ardía sin consumirse. Si no, ya me dirán de la sentencia del juez Castro liberando al asesino Bolinaga, dizque porque estaba en fase terminal. Y, sin embargo, ahí sigue el tiparraco indeseable y barbudo con sus chiquitos pueblerinos haciendo una pirula al diccionario y choteándose con descaro de los asesinados y de las víctimas que dejó por el camino. Yo lo que quiero para este engendro libre es que espabile y haga lo que tenga que hacer, morirse por ejemplo, para que el caritativo juez Castro que lo liberó tan precipitadamente no siga pareciendo, por más tiempo, un majadero pusilánime. Y el vivo al bollo de chicharrón.


El que sí murió fue Chávez. No sabemos el día, pero murió. Y lo que vino después ha sido la constatación de la histeria colectiva que produce la incultura propia de  un régimen dictatorial y monoteísta. Un cóctel que, por otra parte, parece ser del agrado del academicismo estalinista del mundo mundial y de conspicuos representantes de la izquierda más cercana, que no sé si vienen a ser lo mismo. Por aquello del tronco del padrecito Stalin, digo. Viendo por televisión el espectáculo de esas colas interminables, los desmayos y lamentos de mujeronas contundentes y la emoción incontrolada de aguerridos camaradas;  asombrándome ante esa pringue pegajosa del culto a la personalidad más irracional, más primario, me pareció que de un momento a otro iba a aparecer, hisopo en mano, el fantasma del aborrecible monseñor Guerra Campos anatemizando incrédulos y condenando a los enemigos de la patria al tizonazo eterno. Y, acompañándole, la cohorte incorpórea de arias, fragas y demás nómina franquista, dando lustre al protocolo mortuorio. Ya se sabe que las dictaduras no entienden más que de ellas mismas y acaban cogiditas de la mano, paseando atardeceres y arrumacos como novios primerizos. El punto chusco del sainete populista, la guinda grotesca de esta tarta cateta de histerias ha sido el hecho de que, por mor de tanto magreo y de tantas idas y venidas del cadáver, parece que se confirma la imposibilidad de momificar al caudillo porque anda ya la criatura como medio podrida. Así como ajada, no más. De modo que no va a ser factible exponerlo en un museo para la inmortalidad y la adoración eterna de su pueblo. Al final no será momia, si acaso polvo, pavesa al albur del viento. O sea, lo mismito que puede pasarle al PSOE con Rubalcaba, casi churrasco ya, como no se dé prisa en momificarlo. Metafóricamente hablando, por supuesto.

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