viernes, 24 de junio de 2011

ALTRUISMO PATRIO

Tengo grabada en mi memoria una imagen, una angustiosa situación de tiempo atrás que, tratando de olvidar, permanece tozuda y me persigue y me arrebata e incomoda mis sueños y me perturba. Y, en aumento de mis males, estos días atrás ha reverdecido en toda su crueldad. Permítanme que, en esta nueva ocasión de contacto, desahogue mis pálpitos sudorosos en estas líneas, en estas páginas ahora paños caritativos de mis lágrimas desconsoladas, y acéptenlos, incluso aunque pudieran sentir mi intromisión como un desvarío de orate desahuciado. Paso a narrarles lo sucedido con la esperanza de que, al conocer los hechos, comprendan la magnitud de mis angustias. Cumpliendo probamente con mis obligaciones de funcionario, andaba yo en aquel año de 2006 girando visita a las distintas Sedes donde se celebran los exámenes de acceso a nuestra Universidad. Una labor que, aún mecánica, debe ser minuciosa pues supone el pago de las dietas de los profesores que forman y conforman el Tribunal examinador, y hay que ajustar quilómetros y horarios para darle a cada cual lo suyo, siempre atento a perillanes que, prejuzgando la estulticia del burócrata de segunda, tratan de arañar miserias con aires de docta dignidad. No recuerdo en cuál de las 12 estaba en el momento en que se produjo el suceso, lo que si puedo asegurar es que la situación la tengo vívida en mi memoria como si hubiera pasado esta misma mañana, digo, un poner. Estaba yo, como refería, ajustando horas y distancias de los examinadores que allí se encontraban cuando, de sopetón, se abre la puerta de la sala con gran estruendo y aparece, como un poseso, uno de los profesores vocales, de apellido pinturero, otrora edil, blanco como una pared recién encalada y, con voz temblorosa, nos pregunta a los allí congregados: “¿Sabéis la noticia?” Ante el silencio sepulcral que invadió la estancia, insistió ya al borde del sopitipando y en un grito histérico: “¿Sabéis lo que ha pasado?” Con la velocidad del rayo pasaron por mi cabeza toda una serie de catástrofes a cual más trágica, pero ninguna se acercaba a la que el Hermes desencajado nos comunicó: “¡Ha dimitido Ibarra!”, balbuceó en tono gimoteante, mientras se apoyaba en un pupitre a un paso del desmayo. Yo, en un acto de empatía o, quizás, sugestionado por la actitud desconsolada del individuo, me levanté como un resorte y, alzando mis brazos al cielo, exclamé: “¡Ay, Dios mío, y ahora ¿qué va a ser de nosotros?!” Para, acto seguido, desplomarme en la silla totalmente abatido.

He recordado ahora estas zozobras a raíz de la controversia surgida con la oficina del expresidente o la exoficina del presidente, que ya no sé cómo nombrar el asunto. Parece mentira que esta tierra a la que él tanto ha dado, encumbrándola a cimas de modernidad, progreso y libertad que ninguno imaginamos, pueda llegar a ser tan mezquina y desagradecida con este ser providencial que ha regido sus destinos durante tantos años gloriosos. No es de extrañar que, ante la polémica orquestada por enemigos seculares a cuenta de los gastos que ocasionaba dicha oficina, renunciara a ella con la dignidad que caracterizó su retiro y que bien puso de manifiesto en la comparecencia pública, ejemplo de modestia y humildad, que organizó para comunicarnos su decisión. Como nos dijo en tan señalado día, a él no le aportaba nada el despacho en cuestión, antes al contrario, sólo servía para que, de forma desinteresada y desprendida, pudiera derramar consejos y admoniciones a cuanto peregrino se acercara a él.

De la generosidad con la que ha ejercido su magisterio político este prócer irrepetible baste un botón: Poco antes de abandonar la presidencia, en mayo de 2007, la Universidad de Extremadura y la Consejería de Educación firmaron un convenio por el que, grosso modo, después de 30 años de servicio público en determinado nivel, los docentes de dicha UEX podrían jubilarse, con 60 de edad, percibiendo el 100% del sueldo que disfrutaran en ese momento, gozando de dicho emolumento hasta cumplir los 70. La diferencia que, durante esos 10 años, existiera entre la pensión que les correspondiera y el montante de dicho sueldo, superior éste en todos los casos a aquélla, sería abonada por la Junta de Extremadura. Gracias a esa altura de miras, muchos de sus antiguos compañeros gozan de un saneado retiro por encima del común de los mortales. Bien es verdad que, casualidades de la vida, él también se benefició de este convenio, pero fue de milagro ya que, una vez alcanzada su merecidísima jubilación en el 2009, no volvió a aplicarse por los problemas financieros derivados de la renombrada crisis, urdida, como todos sabemos, por el taimado bigotón pepero años antes.

¡Y ahora le echan en cara la pamema de la puñetera oficina! ¡Hombre, por Dios! Menos mal que a veces la Historia, como en este caso, viene a hacer justicia y a reparar entuertos. Y es que nuestro presidente ZP, otro prócer insigne y providencial, descabalgado ya de la conjunción planetaria, no ha permitido que este pozo de sabiduría deviniera en pozo seco y ha tenido a bien nombrarle, en clarividente decisión, miembro del Consejo de Estado por cuatro años. De modo que será el mismísimo Estado, y no la ingrata Extremadura, el que se beneficie de sus atinadísimas sugerencias. Con la pulcritud que le caracteriza, nuestro hombre ya ha anunciado que no piensa cobrar nada, dado que ha sido nombrado y no elegido. O sea que la labor que realizará no sólo será impagable, sino que tendrá que pagarla él, detrayéndola de su pensión de jubilado. ¿Puede haber muestra de amor más desinteresado a España? Yo no la percibo y por ello, en estas líneas, me descubro ante ejemplo tan edificante de altruismo patrio.

1 comentario:

Muli dijo...

Mu bien escrito y mucha razón.La mayoría son muy "patriotas".
Un abrazo