viernes, 15 de octubre de 2010

"DICES TÚ DE MILI" (I)

En la entrevista, magnífica, que unos días atrás me hizo Juan Domingo Fernández para estas mismas páginas, salió a relucir el tema de la mili. Eso me ha llevado, después, a recordar aquel tiempo cuando menos curioso y, en muchos aspectos, inolvidable. El campamento lo sufrí en Viator, provincia de Almería. Allí me tiré tres meses, cargado con una escopeta vieja y más correajes que una mulilla de arrastre, dándome barrigazos por aquellos páramos en busca de un enemigo invisible, echando los bofes por las cunetas y rodeado de una serie de personas y personajes ciertamente variopinta. Fui testigo, cuando no protagonista, de algunas situaciones pintorescas, e incapaz de discernir si la comida estaba tipificada como castigo en el reglamento de régimen disciplinario. Y descubrí, en fin, la extensísima gama de olores que pueden albergar los humanos y que la pituitaria es capaz de diferenciar.

Pero para una persona que, como yo, gusta de observar a los demás y descubrir lo que de peculiar pueda tener cada cual, aquella experiencia tuvo su parte positiva. El cuaderno de campo echaba humo porque, ya se imaginan: más de cien tipos, cada uno con su ralea, conviviendo en un barracón atestado de literas y penando juntos, da para mucho. Y para más. De entre todos, guardo un especial recuerdo de un mocetón gallego, pastor de cabras, de espalda ancha, cargado de hombros, con unos labios finos que siempre lucían una sonrisa a medio esbozar y al que llamaremos Andrés. Tenía ojos pequeños y muy juntos para su cara, que era grande, a la medida de una cabeza de pelos ralos y mal repartidos. Tímido, parco en palabras, de mirada ausente, mi primer encuentro con él sirvió para que me diera cuenta de que era poco amigo de la higiene. Al poco descubrí que, más exactamente, era enemigo acérrimo de la misma. Y eso que, cada mañana, cuando íbamos en tropel a los lavabos, él aparecía, sin prisas, con una enorme bolsa de plástico que hacía las veces de neceser, de la que sacaba una pastilla de jabón de color indefinido, un peine desdentado y una maquinilla de afeitar de usar y tirar que le duró los tres meses de estancia en aquel campo, al igual que el jabón. Ése era todo su bagaje de aseo. Mucho envoltorio para tan exiguo contenido, o sea, como los discursos de ZP. Al mes, el pobre Andrés acabó arrinconado con su litera en un extremo de la Compañía, solo con sus olores.

La pituitaria de las personas tiene una cualidad que ayuda a la supervivencia y es que llega a acostumbrarse a cualquier tufo, por desagradable que éste sea. La cotidianidad de la agresión la encorcha. Y esto me sirvió para que, en la instrucción y sin menoscabo de mi consciencia, yo pudiera colocarme cerca de nuestro amigo, para poder observarle a gusto. Él iba a su aire: llevaba la escopeta como si fuera un sacho, y la cambiaba de hombro según le parecía; mientras nosotros dábamos cuatro pasos, él daba dos zancadas acompañadas de extraños saltitos intentando coger el ritmo; la gorra se la encasquetaba en la coronilla, con la visera mirando al cielo, y la izquierda y la derecha eran para él conceptos asimilables, de modo que a la voz de mando del sargento, él se giraba hacia un lado o hacia el otro según su libérrimo albedrío, atinando a veces. Con la cabeza baja, a cada tanto se agachaba a recoger del suelo todo aquello que brillara, para guardarlo en los enormes bolsillos laterales del llamado “pantalón de faena”. Allí almacenó clavos, tornillos, arandelas, tuercas, casquillos, chapas y objetos metálicos de todo tamaño y procedencia de manera que, cada paso que daba, iba acompañado de un pinturero soniquete de quincallería. Yo, mientras me instruían en la marcialidad, iba tarareando “doce cascabeles lleva mi caballo” al compás de su paso, y eso me servía para evadirme, con música, de aquella sinrazón colectiva. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.

2 comentarios:

Muli dijo...

Hola Jaime:A pesar del dolor que tengo hoy en la mano chamuscada,me he reído y he disfrutado con tu artículo.Besos

Carlos Rivero. dijo...

Jaaaaaaajajaj!!.Como siempre Jaime,sembrao.
Estás en el culmen de la precisión en el lenguaje y de lucided expresiva.
Aunque probablemene volveré a decir esto en el siguiente....No tienes límite.
Un abrazo.