viernes, 13 de agosto de 2010

DE PERIÓDICOS

Disfruto leyendo periódicos. O, quizás, lo que me gusta realmente es oficiar la ceremonia de su lectura. Suelo comprar dos cada día, a veces tres, y es un placer comenzar a leerlos con una buena taza de buen café al lado y un cigarrito humeante en los labios. Ahora, de vacaciones, me sigo levantando temprano. Y temprano voy al quiosco, los compro y vuelvo a casa a regodearme con ellos. El resto del año, me entrego a este onanismo periodístico en algún rinconcito de la barra de un bar. Y, cuando estoy enfrascado en la lectura, me molesta hasta el vuelo de las moscas. El hecho de que me interrumpan con un saludo, o una palmadita en la espalda, o un “¿me pasa usted el servilletero?”, me saca de mis casillas. Claro que son riesgos que asumo como inevitables, y que han dado lugar a anécdotas en las que he sacado a paseo los matices más repelentemente antipáticos y chinches de mi carácter. Que ya es ansia. Porque, no siempre, afortunadamente, pero con una frecuencia más alta de lo deseable, entra en escena algún cataplasma que me descompone el genio.


En los últimos años de trabajar en el Centro, yo ritualizaba en el Pepe Jerez. La ventaja de estar cada día, como en la sevillana, a la misma hora y en el mismo sitio, es que vas conociendo a los parroquianos que te rodean y catalogándolos, como una manera de prevenir asaltos y fraguar, en su caso, pequeñas venganzas. Por entonces, allí llegaba cada día un personaje que me ponía descompuesto. Entraba en el bar con los ojos espantados, oteando la barra como el Capitán Ahab a la búsqueda de Moby Dick. Y, antes de llegar a la barra y pedir consumición alguna, expelía ya la pregunta que me repateaba: “¿Está por ahí el periódico de la casa”? Cuando lo trincaba, hacía presa y, con un café y un vaso de agua, se tiraba con él el tiempo que fuera necesario. Que yo creo que se leía hasta el canto de las páginas. Así un día tras otro. Y así, un día tras otro, le fui cogiendo al tío una tirria galopante. Por su tacañería y, sobre todo, por su egoísmo desaforado, pues poco le importaba al sujeto que hubiera gente esperando a que acabara de leerlo para poder echarle un vistazo. Yo intuía que un ansia viva como ése, antes o después, caería. Y, ¡vaya si cayó!


Una gloriosa mañana de otoño, andaba yo oficiando cuando entró el susodicho. El camarero, Javier, liado como estaba con los cafés y las cachuelas del respetable, no se percató de que “el periódico de la casa” estaba emboscado entre el botellerío. Por eso, a la pregunta de rigor y tras un vistazo a la barra más protocolario que efectivo, contestó: “Está ocupado”. Dado que yo era el único lector que había allí en ese momento, el individuo me detectó y, a paso ligero, se puso a mi lado, esperando cazarlo en cuanto yo terminara la lectura. Y ahí fue la mía, porque le di una ración atiborrante de su propia medicina: allí estuve 20 minutos largos regodeándome en su desesperación. Por dos veces llegué a la última página y, por dos veces, reinicié desde la primera deteniéndome en cada artículo, en cada noticia. Entretanto, el “cicato” estaba tan al borde del sopitipando que (¡cuánto debió de dolerle!) hasta pidió un segundo café. Cuando iba por el quinto vaso de agua, decidí poner fin al martirio. Cerré el periódico, lo doblé e hice ademán de dejarlo en la barra. Y en el momento en que, de reojo, vi que alargaba sus zarpas para cogerlo, hice un rápido y felino movimiento, me lo coloqué debajo del brazo y me despedí. Rojo de ira, se interpuso en mi camino y me espetó: “¿El “HOY” es suyo?”. Mirándole a los ojos, remarcando cada sílaba, le respondí: “Evidentemente, amigo”. Y, echando mano de Cantinflas, rematé: “Hasta la pregunta es necia”. Mientras él quedaba allí, tieso y bufando, yo me fui, pausado el paso, con un exultante recochineo que se me notaba hasta de espaldas. Tan eufórico iba tras faena tan memorable que, al pronto, la puerta del bar se me antojó la del Príncipe, y en un tris estuve de darme la vuelta y enarbolar el periódico ante el respetable, cual si fueran las dos orejas y el rabo del morlaco.

5 comentarios:

Carlos Rivero. dijo...

jajajaj..Muy bueno Jaime.
Disfruta las vacaciones .
Un abrazo.

Antonio del Camino dijo...

Eso es lo que se dice "con alevosía y recochineo". Divertida anécdota.

Por cierto, una confesión particular: allá por 1982, un amigo, profesor entonces en un instituto en Almendralejo, me regaló un libro de poemas que disfruté largamente; su título: "Huida de las horas". Me parecía de justicia, a pesar del tiempo transcurrido, que el autor lo supiese.

Un abrazo.

Muli dijo...

Me he reído con el comentario.Eres un chinche de tomo y lomo.
Besos.

Enrique Falcó dijo...

Don Jaime, me encantó este artículo, tanto que tengo una entrada preparada para mi blog que seguramente saldrá esta noche para mañana sábado. Buscando el artículo para poner el enlace me he encontrado con la sorpresa de este blog, que seguiré a partir de ahora, y por supuesto, lo enlazaré con mi blog en mi sección "enlaces"
que es donde pongo los blogs que sigo.
Encantado de saludarlo don Jaime. Un saludo

Jesus María García Calderón dijo...

Comparto la opinión de mi sobrino Enrique, sí señor...