Nunca quise ser juez y,
sin embargo, condené a
mis tres hijos a la vida.
Y también a la muerte.
El perdón, sin que sepan,
lo adivino en sus ojos.
Mi consuelo no existe:
las miradas no pueden
ser un milagro siempre.
viernes, 19 de diciembre de 2008
jueves, 18 de diciembre de 2008
APUNTES DEL NATURAL
Ayer por la tarde fui con mi santa a la farmacia. Ella a comprar no sé cuál potingue y yo cargadito de recetas para combatir mis miserias: para el colesterol, para la hipertensión, para el riego, para el ritmo cardíaco, para los ictus.... En fin, todo asqueroso. A la hora de pagar, le pregunté:
- ¿Me invitas?.
Accedió con recochineo y preguntó a la farmacéutica el precio, mientras ésta metía en una bolsita el pedido, mirándome de reojo y sin saber muy bien a qué carta quedarse. Mi mujer pagó. Y, en ese instante, yo me crecí, me vine arriba, me sentí de pronto pletórico, olvidando cascarrias y dolencias. Y me eché adelante. Miré a la manceba a los ojos y le dije con euforia, mientras daba una palmada en el mostrador:
-Pues ahora llene, ¡que ésta la pago yo!
Tras unos segundos de confusión, reaccionó y, afortunadamente, se echó a reir sin hacerme caso. De lo contrario, miedo me da pensar en cómo hubiera acabado la juerga.
- ¿Me invitas?.
Accedió con recochineo y preguntó a la farmacéutica el precio, mientras ésta metía en una bolsita el pedido, mirándome de reojo y sin saber muy bien a qué carta quedarse. Mi mujer pagó. Y, en ese instante, yo me crecí, me vine arriba, me sentí de pronto pletórico, olvidando cascarrias y dolencias. Y me eché adelante. Miré a la manceba a los ojos y le dije con euforia, mientras daba una palmada en el mostrador:
-Pues ahora llene, ¡que ésta la pago yo!
Tras unos segundos de confusión, reaccionó y, afortunadamente, se echó a reir sin hacerme caso. De lo contrario, miedo me da pensar en cómo hubiera acabado la juerga.
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