sábado, 21 de abril de 2012

LA PRIMA PORTEÑA

Lo que nos hacía falta en esta primavera de pasión y martirio que nos han cocinado. No teníamos bastante con los rayos y centellas económicos que sobrevuelan nuestras cabezas y que nos tienen en un puro calambre, para que ahora salga a la palestra la argentina recauchutada con el trabuco y se embuche en el morral a la petrolera YPF. Por si fuera poco la prima de riesgo, nos aparece la prima porteña, viuda del anterior presidente argentino y, por viuda, presidenta actual en virtud de una peculiar carambola dinástica en régimen de gananciales, y consuma el expolio. Bien es verdad que el robo se ha perpetrado sobre una empresa privada española, pero nuestro gobierno se ha encargado de elevar la afrenta a nivel estatal y considerarla como un ataque a España, aunque se haya materializado en cabeza empresarial interpuesta, en concreto la de Bufrau, que se ha quedado “solo, fané y descangallado” cantando, en su particular noche triste,  aquello de “percanta que me amuraste, en lo mejor de mi vida…”.

La parafernalia que ha rodeado la puesta en escena de este desatino tiene todos los ingredientes del populismo más rancio y cateto, teatralidad peronista con la sombra de la cursilona y pelmaza de Evita revoloteando en el ambiente, y la presidenta viuda invocando al marido finado y su felicidad etérea por el sueño cumplido de la mangancia, devolviendo al pueblo lo que en realidad se quedan ellos. El director y guionista de esta bufonada demagógica ha sido un tal Axel Kicillof, viceministro de Economía y miembro de la secta política peronista La Cámpora, que parece que tiene a la presidenta bajo su influjo magnético, una relación vampírica que me ha recordado la que tenía el siniestro López Rega, el Brujo, con la inefable Isabelita, la presidenta cabaretera. Esta expropiación tan chusca, tan grotesca, tiene todos los ingredientes para acabar de mala manera, mayormente para Argentina, que carece de los recursos económicos, técnicos y humanos para la explotación del nuevo yacimiento de Vaca Muerta, que es la joya de la corona petrolífera que ha desencadenado el asunto y despertado la codicia de la Kirchner. De modo que, al final,  pueden hacer un pan como unas hostias, aumentando el déficit energético y económico que es lo que, hipotéticamente, se trataba de remediar. Con el añadido, peligrosísimo, de la imagen filibustera que se han creado con el envite. Para paliar estas carencias parece que van a pedir ayuda a los chinos. Pues eso, en el pecado llevarán la penitencia.

Me preocupa, sin embargo, el posible daño colateral que pueda resultar del afano. Este país nuestro, tan maximalista él, es proclive a confundir el culo con las témporas y la parte con el todo, e identificar a la nación argentina con su gobierno. Ya ha empezado a asomar este pelo de la dehesa patriotera en RTVE que, en una decisión cochambrosa y necia, suspendió el martes la emisión que el programa “Españoles en el mundo” dedicaba a La Patagonia. No me extrañaría, conociendo el percal, que empiecen a florecer energúmenos queriendo boicotear los tangos y el churrasco. Las primeras pintadas ultramontanas ya están apareciendo. Sería un inmenso error, además de una injusticia flagrante, entrar en esa dinámica, siendo Argentina, creo, el país más culto de toda Sudamérica. Y nada tienen que ver su hermosura y su acervo con la zafiedad de su presidenta, esa especie de Carmen de Mairena en ciernes. Argentina es Borges y Lugones y Oliverio Girondo y Cortázar y Bioy Casares y Sábato y Storni. Argentina es un país musical y cantor, que desde gurí ganó mi corazón con un folclore en el que hombre y paisaje se hacen uno, de una sensibilidad que puede ser melancólica como una milonga, alegre como una chacarera, emocionante como una zamba, dulce como una huella, canalla como un tango. Un país al que amo y al que conozco a pesar de no haber estado nunca en él. De la mano de Yupanqui (mi Valhondo pampeano), de los Quilla Huasi, del Polaco Goyeneche y de tantos otros, he podido amanecer en Salta; pasear por los palmerales de Montiel; navegar por ese impresionante cielo azul que viaja que es el Paraná; platicar con amigos en el Café La Humedad; perderme por Boedo y por Pompeya; llorar ausencias en Tilcara; galopear la pampa sobre un alazán espoleado por mis nazarenas. Su música me ha acompañado en tardes eternas de desgana adolescente y en otras de repentina exaltación revolucionaria. Sus canciones me han ayudado a enamorarme y a querer más a los que quiero. Sus poetas han dado fuerza a mi corazón y despertado mi ilusión por escribir. Con amigos argentinos de acá he mateado tranquilamente a la sombra de un sauce llorón, después de haber comido de lo lindo mollejas de ternera y chinchulines. Su universo cultural ha sido para mí refugio y acicate, ha servido para acompañar mi vida y mis muertes, para darme consuelo y para acercarme en mis distancias. Argentina es la alegría de recordar lo que tan sólo viví en sueños y, ¡malhaya con mi destino!,  la tristeza de no poder volver a lugares en los que jamás estuve. Todo eso y más es Argentina. Nada que ver, che, con la pelotuda fascistoide.