sábado, 28 de marzo de 2015

LA SEGURIDAD DEL PRÓCER

Ando en un sin vivir, preocupadísimo y estupefacto al descubrir los peligros a los que, por su vocación de servicio público y su altruismo, pueden estar expuestos nuestros dirigentes políticos. Por si no tuvieran bastante con soportar, aun a costa de su salud y su calidad de vida, el peso de una púrpura tantas veces lastrada por la incomprensión de los ciudadanos por los que se desviven; ni con el batallar diario contra aviesos adversarios políticos, siempre urdiendo tramas y asechanzas con las que mancillar su honor, sembrar dudas sobre la honradez de sus desvuelos o menoscabar sus logros en pro de la comunidad; ni con la invisibilidad de tantas horas de trabajo sacrificado entregadas, de manera filantrópica, al bien común y el progreso de sus administrados, hay ocasiones en las que, además, deben arrostrar, por mor de la traición y la villanía de aquellos que deberían preservarlas, los riesgos que para su integridad física y su seguridad conlleva el riesgo al que se exponen, a cuerpo gentil, en los múltiples actos públicos inherentes al cargo que ostentan. Es normal que esta nueva vuelta de tuerca, en la que se mezclan el amargor que produce la perfidia con el desasosiego que acarrea la sensación de vulnerabilidad, pueda quebrar la presencia de ánimo del más bragado de nuestros generosos gobernantes.

Viene a colación todo lo anterior al tener conocimiento de la denuncia que el presidente Monago ha presentado contra los policías que vigilan su chalé, bajo la sospecha de que, con la excusa de la vigilancia, lo que en realidad hacen estos malandrines es espiarlo. Se necesita tener poca lacha. Pero es que ya se sabe, los enemigos de los triunfadores, corroídos por la envidia, abundan por doquier, y son capaces de las mayores jugarretas con tal de menoscabar la aureola de su éxito. A mayor abundamiento, y según las sospechas del líder, los muy desaprensivos comunican sus horarios de entradas, de salidas y su agenda pública a las dos peligrosas activistas que, desde hace más de cincuenta días, permanecen apostadas en la urbanización pacense donde reside solicitando el fin de los desahucios y sus deseos de una vivienda pública digna. Así, cuando él llega a su casa tras una jornada agotadora de trabajo físico e intelectual, las dos subversivas, gracias a la información suministrada por los funcionarios felones, lo están esperando con una pancarta. Si eso no es un complot, que venga el ángel custodio y lo vea. Pero es que hay más. No contentas con esperarlo y disponiendo, como digo, de su agenda pública, las muy desvergonzadas se desplazan allá donde él va, ora a poner una primera piedra, ora a volverla a poner, para continuar con su descabellada protesta. A ver si hay cuerpo serrano que pueda aguantar este acoso y este inquietante encebique.

Parece ser que las alarmas saltaron en una reciente visita a Montijo, como todos sabemos localidad terrorista y hostil a más no poder, donde fue roto el cordón policial establecido por la Guardia Civil. Con eso y las denuncias presentadas, los más altos mandos regionales de las Fuerzas de Seguridad del Estado, reunidos de urgencia, decidieron que los agentes que trabajan en las distintas localidades se vean reforzados, en las giras que el presidente curse a las mismas, con efectivos antidisturbios, no vaya a ser que las dos susodichas se dediquen a disturbar la foto con sus incómodas demandas. Y en los controles establecidos en la ruta a seguir por la caravana presidencial, de los que lamento no disponer de datos que me indiquen número y cadencia pero que, por el bien de nuestra tierra, espero que sean tupiditos, ya andan alerta y con ojo de chícharo para detectar presencias molestas. Tan es así que en una reciente visita a Campo Maior, fueron ambas detenidas y obligadas a dar media vuelta ‘pa tras’, cuando pretendían incordiar e internacionalizar su protesta. Porque, como es fácil de entender, no puede permitirse que el derecho a la libre circulación de las personas garantizado en nuestra Constitución y en los Tratados Europeos, sea utilizado como un coladero  para que elementos perturbadores pongan en riesgo la seguridad y, con ella, la salud física o mental de nuestros prohombres. ¡Hasta ahí podíamos llegar!


En cualquier caso y visto lo visto, no tengo por menos que alabar la cordura de Monago que, ante situación tan comprometida, ha sabido sobreponerse y actuar con la prudencia, no exenta de arrojo, que distingue a los grandes líderes. Su apretada agenda de compromisos públicos no ha sido alterada, de manera que el soberano pueblo extremeño no se ha visto privado del reconfortante acicate que supone su presencia por plazas, calles e inauguraciones. Considero inevitable la denuncia presentada, porque solo es de torpes confundir arrojo con temeridad. Pero lo que echo en falta es la inacción de delegado del Gobierno en Extremadura, correligionario y cofrade. No me explico que aún no haya llamado al ministro del Interior y, tras ponerse ambos bajo la advocación de Nuestra Señora María Santísima del Amor, medalla al mérito policial, idear un nuevo paquete de protección más completo, incluso, y a pesar de la enorme dificultad que la empresa entraña por las excepcionales características del personaje, contratando un doble que soporte la angustiosa agenda  protocolaria comprometida. Porque dos señoras que no demuestran empacho en estar ahí, mirándolo a cincuenta metros incluso cuando él saca a su mascota al paseo evacuatorio, y, pérfidas redomadas, tienen la desfachatez y el ansia avariciosa de pedir una vivienda digna, cuando ya disfrutan de un coche viejo que funciona y en el que duermen cada noche a las mil maravillas, pueden ser capaces de la mayor de la barbaridades. La carne de gallina se me pone sólo con pensarlo, no te digo más.

sábado, 21 de marzo de 2015

GOTEROS ROTOS CON WIFI

Conozco a gente que le gusta ‘ir de médicos’ más que a Podemos Venezuela. Pero no es mi caso. Si tengo que ir, ya sea de protagonista o de secundario, voy, porque a la fuerza ahorcan. Pero de ahí a salir de gira médica como van algunos, muchas veces aquejados tan solo de su propia idiotez o su absurda afición ambulatoria, a los que solo les falta llevar la fiambrera con los filetes empanados y la tortilla de patatas para almorzar si se tercia, va un abismo. En lo que a mí respecta, cumplo escrupulosamente con las revisiones anuales de mis alifafes y punto. Por desgracia, estas últimas semanas he tenido que frecuentar hospitales, públicos y privados, más de lo que hubiera deseado, rompiendo de golpe la sucinta y ajustada estadística sanitaria que atesoraba, de tal forma que, en tres semanas, he multiplicado por diez la ratio de 60 años. He llegado a sorprenderme entrando en la clínica con la naturalidad y la relajación que la rutina impone a nuestros actos. Tan ‘cantimple”, como decía el otro. En fin, quién me ha visto y quién me ve.

Una de las conclusiones que he colegido de esta desafortunada experiencia, ha sido la convicción de que la figura de “los acompañantes” debería, si no desaparecer del panorama sanitario español, sí al menos ser regulada de forma estricta, sin excepciones ni transigencias. La llegada a Urgencias del Hospital Infanta Cristina fue el encontronazo con un gallinero alborotado de comadres y compadres vociferantes, una caterva de zopencos que colapsaban los pasillos, que estorbaban el paso de camillas y sillas de ruedas, que asaltaban al personal con exigencias y protestas fuera de tono y de lugar y que me produjeron unas ansias irrefrenables de exterminio fulminante. En un momento dado, el guardia de seguridad intentó poner orden en el caos a la voz de “¡un acompañante por enfermo!”, pero, sin contar con más arma que su presencia gentil, tan sólo pudo conseguirlo a medias. Me fijé en el efecto que la orden causó en un grupo compacto que destacaba en medio del griterío y que ocupaba todos los asientos de una de las salitas de espera. Conté nueve especímenes incluyendo a la enferma, una mocetona con cachetes a lo Heidi que cojeaba ligeramente mientras iba de un lado a otro. La gravedad de su dolencia era, a todas luces, preocupante. Tanto como para que hubiera ocho personas acompañándola en su agonía cojitranca. A regañadientes se fueron seis, que no está mal. Quedaron dos, por lo que pude oír, la mama y la tita, dos tipas malencaradas que se me antojaron campeonas de “pressing cacht”. Ante su terca voluntad de permanecer junto a la niña, el guardia, inteligentemente, hizo mutis por el foro, porque de media mitra que le hubiera soltado cualquiera de las dos, (y, como él, yo estoy seguro de que lo hubieran hecho), el infeliz hubiera pasado a engrosar la lista de damnificados. De todas, todas.

Una segunda conclusión fue corroborar que, a pesar de Monago y de Hernández Carrón, la sanidad pública extremeña funciona mejor que bien. Qué sería, entonces, si estuviera dirigida adecuadamente en vez de por manos incapaces. La atención médica recibida fue rápida y completa, a pesar del desbordamiento de trabajo al que los profesionales están sometidos y, (ahí es donde la puerca tuerce el rabo), a las precarias condiciones que, en tantas ocasiones, les impiden desarrollarlo como desearían. Porque, debido a la escasez de camas, pacientes que habrían de estar 48 horas ingresados bajo observación médica, son devueltos a casa con un folio de instrucciones en el que se les indica cómo andar pendientes de mareos, náuseas, tamaño de las pupilas, desorientaciones, olvidos o vacíos
de memoria. Incluso despertando al doliente hasta tres veces durante la noche para preguntarle obviedades. Y, en caso de alarma, salir cagando leches para urgencias. ¿Será eso la atención continuada que pregonan?

Es que los recortes presupuestarios es lo que tienen: Se cierran ambulatorios, se reducen horarios de atención médica, no se cubren plazas vacantes, el material escasea, los pacientes se acumulan en los pasillos de urgencias por falta de camas, las citas para pruebas diagnósticas se eternizan, los médicos de familia no dan abasto, las listas de espera para intervenciones quirúrgicas se colapsan y los profesionales haciendo encajes de bolillos para dar a sus pacientes la atención que necesitan al tiempo que, con demasiada frecuencia, se convierten en injustos destinatarios de la indignación o la crítica de ciudadanos que no suelen ver más allá de sus propias narices. Y mientras padecemos esta situación calamitosa, leo esta semana que el presidente Monago, al que cada vez veo más fuera de sí, de la razón y de la realidad, pretende invertir en un denominado Plan Confort, (chúpate esa mandarina), 6.000.000 de euros para dotar a los hospitales extremeños de wifi para profesionales, pacientes y acompañantes, televisión por cable y videoconferencias. Así se integrarán de lleno en el siglo XXI, dice,  y “harán la experiencia del paciente mucho más cómoda y satisfactoria, pudiendo estar conectado con el mundo exterior y con su familia en todo momento”. Hasta tres pacientes por habitación y otros almacenados por los pasillos con los goteros rotos, pero con wifi disponible para conectarse con el mundo exterior y algunos, por desgracia, hasta con el más allá. A eso lo llamo yo una muerte confortable, sí señor. Y mientras, ‘el doctor Cataplasma y su criada Panchita’, sacando pecho y encantados de haberse conocido, pariendo jangadas. ¡Somos la leche, primo!

sábado, 14 de marzo de 2015

LA VIDA EN UN INSTANTE

En el año 2003, Alejandro González Iñárritu, dirigió una película inquietante, “21 gramos”, cuyo título hace referencia a un ensayo que, a principios del siglo pasado, llevó a cabo el físico norteamericano, Duncan MacDougall, con el que intentaba demostrar que el alma humana era una sustancia con masa y, por tanto, medible. Para probar su teoría, mezcla ciertamente incongruente de religión y ciencia, experimentó en una residencia de ancianos con seis moribundos. Los pesó, mientras agonizaban, en una cama que era, en realidad, el disfraz de una balanza industrial. Así pudo comprobar que, en el momento de la muerte, los desdichados sufrían una pérdida de peso de 21,26 gramos. Seis años después publicó su conclusiones en la revista “American Medicine” y en el “New York Times”, bajo el título: “El alma: hipótesis relativa a la sustancia del alma junto a una evidencia experimental de la existencia de dicha sustancia”. La comunidad científica, mayoritariamente, rechazó el supuesto hallazgo por inconsistente y falto de rigor, porque de forma lineal y acientífica deducía que la pérdida de peso del finado era debida a la migración de su sustancia espiritual. Incluso los más recalcitrantes lo despacharon de entrada porque, si científicamente no pudo demostrar la existencia del alma, a qué andar tratando de averiguar su peso. A pesar de todo, el mito de los 21 gramos de marras ahí sigue. Dando que hablar e inspirando películas.

En relación con lo anterior, y según cuentan quienes han estado al borde de la muerte, hay un momento antes de irte para siempre en el que tu vida se presenta ante ti en un recuerdo instantáneo y vertiginoso y, sin embargo, capaz de incluir una serie de detalles que, quizás para compensar el abismo de la nada, se despiertan en tu cerebro, como un descubrimiento estéril, en ese lance crucial. A increíble velocidad y, al tiempo, de manera nítida, parece ser que rememoras todo lo que fuiste de angustias y de dichas, de esperanzas y de fracasos, de luz y de oscuridad. Una especie de Juicio Final sin dios y sin más veredicto que el que tú mismo, -juez, jurado, fiscal, defensor, testigo y reo-, estás obligado a dictar. Una terrible y cruel pirueta postrera que te obliga a encararte con la vida justo cuando estás a punto de perderla. Aquí no hay experimento, sino tan sólo, y tanto, la experiencia de los que pasaron por el trance, esquivaron la huida (Valhondo dixit) y, de regreso, lo contaron. Y eso fue lo que le pasó a él de forma inesperada y osmótica.

Sintió el estruendo a su espalda, un latigazo seco y opaco que, pasados los días, aún continuaba resonando en su cabeza y le asaltaba y se repetía inopinadamente, produciéndole un escalofrío imposible de dominar. Al darse la vuelta, confuso y sin saber bien qué había pasado, la vio: inerte, tendida boca arriba, con los ojos cerrados y un gran charco de sangre bajo su cabeza. Había caído hacia atrás y a plomo mientras subía la escalera. La creyó muerta y, siendo ella su vida, él también se sintió morir. Fue en ese momento, mientras angustiado hacía infructuosos intentos por reanimarla, cuando los años a su lado, tantos ya, tan queridos, pasaron ante sus ojos como una exhalación vívida, casi tangible. Confirmó cuánto la quería y cuántas veces la había hecho sufrir con su carácter y su genio, insoportable en tantas ocasiones. La soledad  inundó su corazón como un aliento gélido, como un presagio funesto. Los recuerdos desfilaban inclementes ante él dando forma a un balance que arrojaba una deuda impagable. Sintió una infinita tristeza por el sufrimiento que le había causado en tantas tardes de soledad y de abandono, por su generosidad, por su paciencia, por los años perdidos sin compartir la niñez de unos hijos a los que, ahora, trataba de hacer regresar a una edad irrecuperable para empezar de nuevo lo imposible, por el dolor postrero de su padre. Sufría, viéndose, por no haber sabido demostrarles su amor, su cercanía. Todo estaba ahí sin estar más que en la sinrazón de su quimera, de ese ensueño sonámbulo. Y parecía que la luz de la tarde hubiera ido a esconderse tras los párpados de su mujer, en su quietud serena e inquietante, mientras la llamaba sin obtener respuesta. ¡Qué terrible el silencio de su cuerpo inmóvil! Por fin, al cabo de unos minutos interminablemente inciertos, ella abrió los ojos y su mirada perdida recorrió la habitación sin ver. Balbuceaba de forma ininteligible y se quejaba. Acarició sus mejillas tibias mientras decía su nombre y buscaba en sus ojos el brillo cotidiano. Sus lamentos, triste señal de vida, aliviaron el inmenso dolor que le oprimía. Y la soledad.

Los días, corriendo hacia adelante como es su obligación, suturaron heridas, limpiaron hematomas y aplacaron dolores. La sangre regresó adonde debía y la mirada retornó a sus ojos. La vida es lo que tiene, que a veces te supera atropelladamente para seguir viviendo. Pero él sigue escuchando ese sonido ronco del espanto de pronto, del silencio callado, del dolor infinito de sentirse, sin ella, indefenso y perdido ante la nada.

sábado, 7 de marzo de 2015

"2SURES" O LA COCHAMBRE INTELECTUAL

Como a la fuerza ahorcan, dado el revuelo de críticas negativas que ha suscitado el nuevo video promocional de la campaña del PP extremeño para las próximas autonómicas, y aun a sabiendas de que supondría un retroceso en mi recuperación, me he sentido obligado a verlo. Esto, a pesar de los consejos médicos que me instaban a no hacerlo por mor de la merma que, para mi equilibrio emocional, había supuesto el que complementaba al “libro blanco-limited edition” con que se inició el tormento propagandístico. Aún andaba, como digo, con ataques de ansiedad nocturna por las imágenes, tan vívidas en mis pesadillas, de un makoi fosforito y embaucador que, con aviesas intenciones alienantes, corría tras de mí entre encinas y alcornoques, cuando me doy de bruces con esta primera entrega de una serie que, si alguien sensato no lo remedia, va a continuar. El asalto antiestético se produce en una nueva ventana, abierta desde la idea matriz de “Hacemos”, leitmotiv facilón de toda la campaña, con el nombre de “Hacemos followers”. Curro Acho, andaluz, y Paco Quillo, extremeño,  son los personajes tópicos y antipáticos que dan vida al engendro en forma de unos dibujos animados de una calidad deplorable. Y los 3 minutos interminables que dura el bodrio destilan tal pringue cateta y mugrosa que tuve que verlos y escucharlos en pequeñas ‘diócesis’, que decía el otro, más que nada por no iniciar un camino sin retorno hacia la catalepsia. Sin embargo, según me cuentan, el director político de la campaña, Fernando Manzano, a la sazón presidente de la Asamblea y, por tal, primo de su chófer, y, como es de cajón, director de la recién creada “División de entretenimiento de la campaña del presidente Monago”, -chúpate esa, boquita de fresa-, está eufórico y alborozado con la parida, de la misma altura intelectual, ya ven, que su satisfecho progenitor. Y de aquí a mayo, a pasar los ‘quirios’.

Pero como no hay dos sin tres y a perro flaco todo son pulgas, lo peor estaba por venir. Y es que siguiendo los impulsos de intrépido articulista que a veces me pierden, tuve la torpe osadía de sumergirme en la página Web “2sures”, que no solo albergaba el pestoso corto de marras, con una estereotipada semblanza de sus protagonistas, sino dos documentos, Manifiesto sureño y Decálogo 2 sures, que demuestran que la idiotez es una condición del ser humano que carece de límites. Son cuatro folios cuajados de faltas de ortografía (empezando por “sures”, siendo ‘sur’ palabra que no admite plural) y redactados por alguien, ¿Manzano tal vez?,  que debe pensar que la sintaxis es no encontrar taxis libres. No recuerdo en mi larga vida lectora haberme encontrado con textos tan pretenciosos y, a la vez, tan ramplones, torpes, desmañados y ridículos como estos, valga el exceso de adjetivos. 

El ‘Decálogo’ empieza de traca, "We love Extremadura. We love Andalucía", y acaba de pasmo, con una cita sobre el libre albedrío extraída de la película Amanece que no es poco, que maldita la gracia que le habrá hecho a José Luis Cuerda el ver a qué manos manipuladoras y a qué contexto cochambroso ha ido a parar su obra maestra. En medio, ocho memeces vergonzosas del tipo “la política sin humor es como una gamba sin paella” o “somos futboleros y amantes de los saraos”... En fin, una ristra de ocurrencias patosas a cual más delirante y zopenca, capaz de inducir al suicidio al mismísimo dios Momo. Y el ‘Manifiesto’, donde trata de exponerse la idiosincrasia del “hacedor sureño”, es un compendio de imbecilidades cuya lectura, si se hace sin las debidas precauciones, podría llevar al lector a un estado de postración depresiva severa o, por el contrario, a una crisis psicótica aguda en la que, poseído por la insania, perpetrar los crímenes más impensables. En este bodrio abominable nos enteramos de que la risa “es la llama sagrada que se enciende con la chispa del ingenio y prende con la mecha de la camaradería fraterna”. Y de que, “los de Hacemos decimos ‘acho-acho-acho’ y tenemos una medida exacta de distancia recorrida a una velocidad progresivamente creciente hacia una superficie compacta. Repetimos ‘quillo-quillo-quillo’ y es una medida universal de aproximación fronto-lateral de un/a congénere sensacional. Y ya se sabe que en el Sur se seduce más y/o mejor. Y si no es cierto, bien rimado está”. Pero, por Dios bendito, ¿se podrá estar más tonto? Y no contentos con estas chorradas y otras similares, nos informan de que “los que ya Hacemos para que otros hagan, le declaramos la guerra a los Cuatro jinetes del Apocalipsis del Humor: lo verosímil, lo lógico, lo sensato y lo razonable. A cual más sieso”.

Esta última cita lo que nos viene a decir es que Fernando Manzano, segunda autoridad política de Extremadura y padre putativo o real de estas sinsorgas, gracias al dedo divino del presidente Monago, está a favor de lo inverosímil, lo ilógico, la insensatez y la sinrazón, explicitando así, de manera terrorífica, las disparatadas cabezas que, sin regir, rigen a los ciudadanos extremeños. Y en eso andan: el uno, cada vez más verso diarreico que suelto, levitando en su nube ególatra y megalómana; y el otro, chistoso de baratillo que nunca defrauda a la hora de mostrarnos su mediocridad y su ineptitud, meándose de la risa por los pasillos de la Asamblea con sus gracietas. Y mientras, los extremeños,  sufriendo una pandemia de retención urinaria aguda de origen psicosomático. ¿No querían marca Extremadura? Pues, desgraciadamente, ahí la tienen. Para nuestra vergüenza. Y en modelo king size, a ver si me quieres comprender. 
No entrar sin la debida prevención psicológica.