sábado, 27 de diciembre de 2014

NEPOTISMO UNIVERSITARIO

En mi artículo anterior, hablando de Podemos y de algunos de sus dirigentes y sus chanchullos, comenté el más que evidente llevado a cabo por Íñigo Errejón con su contrato de trabajo en la Universidad de Málaga, plagado de irregularidades en su origen y en su cumplimiento, y por el que al insigne ideólogo han abierto expediente suspendiéndolo de empleo y sueldo de forma cautelar. Parece que en ciertos círculos no están acostumbrados a recibir críticas u opiniones que no incluyan el asentimiento o la adoración a sus posiciones o sus conductas, porque a mi blog, para nada apabullante en cuanto a número de seguidores o, al menos, de opinantes,  ha llegado una cantidad de comentarios al respecto sensiblemente superior a la recibida en otras ocasiones. Dado que el blog es mi casa y en mi casa, a no ser que la asalten, yo dejo entrar sólo a quien me peta, no he publicado muchos de ellos. No porque disintieran, que hasta ahí podíamos llegar, sino porque no pasaban de ser una letanía anónima e inconexa de anatemas e insultos de lo más primitivo y visceral. Sin embargo no me resisto a compartir éste, que reproduzco fielmente, y que salvé de la criba porque me dejó impactado por su aporte erudito, su corrección ortográfica, su más que cuidada sintaxis y, sobre todo, por la forma sutil con que su autor nos hace ver la acendrada idea que alberga sobre la libertad de expresión. Así se despachaba el individuo: “Sr.Buiza, la sociedad es movimiento y cambio, cuando un corpus de ideas emerge, cuando un paradigma de pensamiento agoniza y emerge otro que cree que hay otras formas de organización social porque algo va mal según nos dice tony judt, personajes como ud. !tolerantes!, !democratas!, tratan de aplastarlo desde un periodismo mediocre, que por educación no digo basura, escriba algo que merezca la pena, la sociedad extremeña se lo agradecerá”. Pues, como decía el otro, con estos bueyes hay que arar. Mejorando lo presente, por supuesto.



Después de esta digresión que se me ha salido de madre y de líneas, he de decir, sin que esto sirva para exculpar al susodicho, que el caso Errejón no es hecho aislado en las universidades españolas. El caciquismo y los amaños son carta de naturaleza en muchas de la plazas en las que el concurso previo es pura filfa, apenas necesidad de cubrir el expediente, de dar visos de legalidad a lo que no es más que nepotismo de lo más descarado. Es un mal endémico que se arrastra desde años, enquistado en los mecanismos del funcionamiento universitario con una naturalidad pasmosa y que abarca todo el espectro laboral: técnicos de apoyo, becarios, contratados, interinos, laborales y funcionarios. Pocos son los damnificados que han logrado hacer saltar, tras un largo proceso de recursos y presiones, los goznes de este dislate, de esta tremenda desvergüenza. Padres, hijos, cónyuges, cuñados, primos, sobrinos, amigos y correligionarios de toda índole son beneficiarios, benefactores o ambas cosas, de esta red viciosa. De modo que como los criterios para ocupar plaza nada tienen que ver, en tantas ocasiones, con el mérito y la capacidad sino con el enchufismo y la discrecionalidad, el servicio que se ofrece a la sociedad no es, consecuentemente, el mejor posible ya que la relación o la cercanía, ya sea familiar o de otro tipo, no sólo no es sinónimo de excelencia sino, muchas veces, un claro ejemplo de lo contrario. Si a esto añadimos la relajación, no generalizada pero sí lo suficientemente llamativa, a la hora de exigir el cumplimiento de obligaciones y horarios docentes, el resultado puede llegar a ser deplorable.


A mayor abundamiento, estos días también hemos sabido de las tarjetas de libre disposición de las que gozaban ciertos cargos de la Universidad de Cádiz. Si el control de horarios es somero, el de gastos puede llegar a ser estupefaciente. Sobre todo en dos Programas: el 322L (Convergencia Europea y Calidad Docente) y el 541A (Investigación Científica). En el artículo 64 de ambos, Gastos de Carácter Inmaterial, es donde se concentra la vorágine. Ahí puede entrar de todo, repartido en epígrafes como cursos, seminarios, planes, programas marco, contratos, convenios, acciones complementarias, formación y otras actividades de investigación. Mientras que se ajuste al presupuesto y los números cuadren, allá que te van comidas, viajes, adquisiciones peculiares, bienes inventariables etéreos, libros voladores,  y, en fin, facturas justificativas de lo más peculiar, como que una tienda de electrodomésticos te venda folios, bolígrafos y fotocopias. Todo cabe en el saco de la ciencia jornalera. El problema, de entrada, es que para vigilar que el gasto se ajuste a lo que se espera de él, la Universidad dispone de unos funcionarios que lo son del organismo al que controlan. Cobran de ella, están integrados en su plantilla y trabajan pared con pared con los auditados. De modo que cubren el expediente con meros retoques normativos que no cuestionan la validez ni la legalidad del gasto, sino si su aplicación presupuestaria se ajusta a la estipulada. Tan solo formulismos burocráticos inofensivos que sirven para llenar una estadística que dé sentido a su trabajo. El problema del tinglado de las universidades españolas, un coto cerrado y añejo de impunidad y “ancha es Castilla” que se renueva de generación en generación, es que las gallinas, atadas por la dependencia del voto o del sueldo, son las encargadas de controlar la voracidad de unos zorros que saben latín.

sábado, 20 de diciembre de 2014

LA CASTA TIQUISMIQUIS

Ahora van, se nos ponen tiquismiquis y descubrimos que, debajo de su puño de hierro, escondían suave piel de melocotón, sensible y delicada. Ellos, acostumbrados a ir por los pasillos mediáticos pisando alfombras, en cuanto han sentido bajo sus pies unas pocas piedrecillas se han puesto a gimotear como niños consentidos, y apenas han probado una cucharadita de la medicina con la que atiborran a los demás, han caído malitos con los reflujos. Con pose de virgen ofendida, buscan excusas peregrinas cuando se les pesca con sus vergüenzas al aire, culpando a los que miran sus miserias al oreo de no hacer la vista gorda y de tener los ojos vidriosos por el odio y por la envidia. Es lo que tienen los niños mimados y blandengues, que montan la pataleta rabiosa si les llevan la contraria. Y es lo que le ha pasado al arrogante núcleo duro de Podemos cuando algunos medios han comenzado a difundir enjuagues, trapicheos, subvenciones indecentes o trabajos fantasmas de algunos de sus miembros. Habituados como están, desde que empezaron a asomar la pezuñita por tertulias de uno y otro signo, al arrumaco y la carantoña; ensoberbecidos por las encuestas que los encumbran hasta el infinito y más allá en intención de voto; hechos a la rutina del vasallaje obnubilado rendido por un  buen número de comunicadores y opinantes, y provenientes en su mayoría de una casta tan enquistada y añeja como la universitaria, las críticas y denuncias recibidas ante sus más que evidentes trapacerías y mamandurrias les han producido en su ego el mismo efecto que el chícharo en el cuerpo de la protagonista del famoso cuento de Hans Christian Andersen, que amaneció con la espalda llena de cardenales por el daño que le hizo un guisante colocado bajo 20 mullidos colchones. En fin, que a quien no está acostumbrado a llevar bragas, las costuras le hacen llagas.

Las reacciones posteriores de los ofendidos son harina de un otro costal más peliagudo y mucho más alarmante, ya que dejan traslucir una falta absoluta de cintura política y, lo que es mucho peor, un tufo subyacente de iluminismo totalitario demasiado cercano al que emana de regímenes dictatoriales que impiden, y persiguen, cualquier atisbo de libertad.

Que tras la entrevista excepcionalmente no untuosa que le hicieron a Pablo Iglesias en RTVE a la que, por cierto, se presentó con una guardia pretoriana intimidante y con aires de matonismo, Podemos, directamente o por interposición de “consejos de informativos” jacobinos, haya pedido no sólo la dimisión de Sergio Martín, director del “Canal 24 horas” y conductor del programa,  sino también de los contertulios que intervinieron esa noche en el mismo, es un claro exponente, por si no hubieran dado ya suficientes, de lo que entienden estos elegidos para la gloria y la salvación del oprimido de la libertad de prensa, de opinión y de crítica. La ley de Serrano Súñer de 1938 en la que definía al periodista como "apóstol del pensamiento y de la fe de la nación recobrada a sus destinos”, les viene al pelo a estos tipos. Y para rematar historia tan clarificadora diré que soy incapaz de comprender, o sí, que la Asociación de la Prensa correspondiente no haya salido a defender, que yo sepa,  a su asociado. Tan prestos como andan en casos más recientes y cercanos. El crimen de lesa majestad del entrevistador fue dar la enhorabuena por la excarcelación de etarras a un individuo que dijo textualmente, con una sintaxis deplorable, “que todo demócrata debería preguntarse si no sería razonable que los presos de ETA no deberían ir saliendo de las cárceles”. Dado que él, según él, es demócrata, las felicitaciones del periodista son de lo más oportunas. Lo que vino detrás, esa histeria impostada de ofendido, es sólo el paripé de un farsante de libro.


Y que tras salir a la luz los entresijos del contrato de trabajo sui géneris de Errejón en la Universidad de Málaga, repleto de irregularidades en su cumplimiento y en su desarrollo, la defensa esgrimida por el niño repelente haya sido apelar a su papel de víctima de una campaña mediática de la casta, temerosa del ascenso imparable de su caudillaje, en la que se mezclan infamias, odios y envidias soterradas, como en una reedición alucinante del Falcon Crest más cutre versión conspiración judeo-masónica y contubernio de Munich, más que alegato exculpatorio viene a ser un pastiche cochambroso y manido de una pobreza intelectual apabullante.  

Pero bueno, ya sabemos que el victimismo, como arma política y como bandera en la que envolverse tratando de tapar miserias, no es patrimonio de nadie ni de ninguno. Es un cajón de sastre en el que pueden encontrar amparo tirios, troyanos, culpables, inocentes, jueces y ladrones. Aunque a unos y a otros se les vea el plumero charlatán y demagógico incluso cerrando los ojos. Todo sea por la casta. Y por el pueblo, faltaría más.

sábado, 13 de diciembre de 2014

LA 'CAGUEMOS', RAFA

En mis inicios casi prehistóricos como funcionario en la Universidad de Extremadura, cuando el campus de Badajoz, con más barbechos que construcciones, hacía verdadera justicia al significado de la palabreja, todos sus Servicios Centrales, incluido el ICE, cabían en apenas 4 salas de mediano tamaño. No sé el número exacto de personas que conformábamos la cuadrilla pero me atrevo a asegurar que no más de 25. Las relaciones eran, pues, casi familiares, incluyendo las consabidas e inevitables distorsiones familiares producidas por algún indeseable que aún sigue en la brecha. El grueso de la tropa nos llevábamos razonablemente bien, convivíamos sin problemas y “combebíamos” con menos problemas aún. Incluso había lugar para las bromas, ninguna de ellas pesada, generalmente urdidas por un par de elementos maquiavélicos que no desaprovechaban ocasión para hacer trastadas. Una de las más logradas la tramaron contra Fernando, hombre bueno y paciente que tenía la costumbre de tomar, junto con el café de la mañana, al menos una copita de anís. Más que nada para entonar los huesos y escalofriar los músculos. Solía acompañarle Rafael, un cachondo de Cheles que, llegado el momento, se prestó a ser cómplice del dúo chancero. Éstos enjaretaron sendos escritos, ficticiamente firmados por el Gerente y dirigidos a cada uno de los tempraneros degustadores de matalahúva, en los que se les reprendía por su actitud disoluta y contraria al decoro que debían guardar como miembros de la comunidad universitaria. Al tiempo, se les conminaba a que abandonaran de manera inmediata esa fea costumbre so pena de ser objeto de expediente disciplinario incoado en su contra, que podría resolverse con la inmediata expulsión de ambos de la institución.

Fernando recibió la misiva admonitoria en su mesa de trabajo. Después de leerla, cuando recobró la presencia de ánimo y las fuerzas necesarias en sus piernas para que pudieran sostenerlo, salió pitando en busca de Rafael con el fin de comprobar si había recibido escrito similar y de ser así, como estaba convencido, consensuar la estrategia a seguir. Éste, que él creía compañero de infortunio y no copartícipe en el pitorreo, lo convenció de la gravedad del asunto y de la necesidad de que suprimieran el rito del anisete, porque se estaban jugando el puesto y el oprobio público. Y así lo hicieron... al menos en collera. Porque Fernando, hombre de costumbres, era reticente a dejar sin más una tan arraigada en su rutina y, por otra parte, tan beneficiosa para encarar con optimismo y diligencia el monótono quehacer cotidiano. De modo que, venciendo su carácter pusilánime y haciendo de su necesidad virtud, ideó una táctica para disfrutar a diario del lenitivo prohibido, sin que ello supusiera correr riesgos innecesarios que hicieran peligrar su empleo. Así, sacrificó el paladeo del elixir por la rapidez en su ingesta. Para el camino de ida hasta el bar y vuelta a la trinchera, trayecto en que se exponía, a cuerpo gentil, al incordio del presunto enemigo, concibió una maniobra de distracción simple pero efectiva. Una sabia combinación de celeridad y despiste. Aprovechando que el bar de Isidro estaba contiguo a la sala de reprografía, o sea, una sala con una fotocopiadora antediluviana, convino con él que cuando se asomara, a la ida, pusiera en el trozo de barra que quedaba detrás de la puerta y, por tanto, oculto al mundo exterior, una copita de anís. A la vuelta, entraba como un rayo, se escondía tras la puerta de miradas indiscretas, se metía de un trago el lamparillazo y salía escopeteado. Máximo, diez segundos. Una acción fulminante. Y como maniobra de distracción que le sirviera de coartada o de excusa para sus incursiones, siempre se proveía de una carpetita azul  llena de escritos desechados, que iba o venía de fotocopiar según la dirección en que lo pillara el ‘tocahuevos’ de turno. Todo un prodigio de pericia.

Pero una mañana aciaga hubo una conjunción de circunstancias que llevaron a Fernando a pensar que, irremisiblemente, el final de su trayectoria en la Uex había tocado a su fin. De la que iba al paripé fotocopiador, su parapeto estaba ocupado. De manera que a la vuelta, ya algo angustiado por esta inconveniencia, Isidro le señaló el fondo de la barra. Allí lucía su copita de anís, huérfana y desamparada. Se armó de valor, recorrió nervioso el trecho que los separaba y, no bien la había cogido, apareció Rafael que, relajado en su rol de gancho o quizás olvidado ya del asunto, fue hasta él, pidió otra copa y lo entretuvo en la charla. En esas estaban cuando nuestro protagonista, más relajado, degustando la copa como antaño, divisó en la puerta la figura del gerente que le hacía señas para que se acercara. Y ahí se le precipitaron, en yuxtaposición, la flojera y el crujir de dientes, al tiempo que toda la negrura del futuro más tenebroso hizo presa en él. Miró a su compañero y, con un hilillo de voz apenas audible, demudada la color, le dijo: “La ‘caguemos’, Rafa. Nos manda ‘pa’ Cheles”. Se acercó hasta el jefe y comenzó a balbucear excusas que el otro ni entendía ni vislumbraba a qué cuento podían venir. Se limitó, desconcertado, a lo que iba, pasarle una orden de transferencia que tenía que hacer con cierta urgencia, y luego “miró al soslayo, fuese y no hubo nada”.


No sé si Fernando descubrió o se malició la trama. Bien es verdad que siguió yendo a tomar la copita diaria pero, por si las moscas, lo hacía siempre escondido detrás de la puerta y con su carpetita azul bajo el brazo llena de papeles, inútiles para todos menos para él.

sábado, 6 de diciembre de 2014

TXIQUITOS DE SANGRE


Según el último barómetro del CIS de noviembre pasado, los tres asuntos que más preocupan a los españoles en la actualidad son, por este orden, el paro, la corrupción y los problemas de índole económica. En cuarto lugar, “los políticos en general, los partidos políticos y la política”, o sea, en una interpretación amplia, la base que sustenta dos de los tres poderes del Estado de Derecho, el ejecutivo y el legislativo. En décimo lugar, y sólo para el 3,6% de los encuestados, aparecen los relacionados con la administración de justicia, la tercera pata del banco de la ortodoxia teórica. Bien es verdad que, por simple estadística, la mayoría de la población nunca pisará un juzgado si no es para casarse o para inscribir a los hijos en el Registro Civil, por lo que esa sensación despreocupada con respecto a esta institución fundamental en el acontecer diario de un país es producto, probablemente, de la lejanía y ajenidad con que es percibida. Incluso estoy por asegurar que un tanto por ciento elevadísimo de ese 3,6%  forma parte, de una u otra forma, del estamento judicial.

No deja de sorprenderme esa percepción de indiferencia al pensar que estamos hablando de la institución que tiene en sus manos, con mucha más impunidad y amparo que las otras dos, la potestad, a través de sus jueces, de dar y quitar, directa a o indirectamente, algo tan fundamental como es la libertad de cada uno de nosotros si alguna vez, el destino no lo quiera, debemos pasar por sus horcas caudinas. Ellos se ponen las togas con sus puñetas, te miran como si no estuvieras y a esperar a que dicten qué serás a partir de entonces. A no ser, claro, que aquellos que tienen en sus manos esa tantas veces sutil y caprichosa concurrencia que hace que nuestro destino venga a ser el que es y no el que debiera, en lógica, haber sido, sean personas tan razonables en su sinrazón como las tres que integran la Sección Primera de la Audiencia Nacional. Y es que nunca ha de faltar un roto para un descosido.

Este pasado jueves, en un alarde de magnanimidad digna del mayor encomio, estos tres Salomones, Manuela Fernández de Prado, Javier Mártinez Lázaro y Ramón Sáez Valcárcel, seguro que dignos hijos de sus madres, han querido demostrar que las horcas pueden tornarse lazos de guirnalda y la rigidez, urgente ductilidad, poniendo en libertad a dos etarras: Alberto Plazaola, condenado en 1977 a 46 años de cárcel y  Santiago Arrospide Sarasola, “Santi Potros”, condenado a 3.122 años de cárcel en 11 sentencias como inductor de varios atentados terroristas, entre ellos el de Hipercor (21 muertos y 45 heridos), y el de la plaza de la República Dominicana (12 guardias civiles muertos y 32 heridos). Detrás de ellos, si nadie lo remedia y más antes que después, está previsto que salgan Francisco Múgica Garmendia, “Pakito”, condenado a más de 4.500 años de cárcel, 2.354 de ellos por el atentado de la casa cuartel de Zaragoza (11 muertos, entre ellos 5 niñas, y 88 heridos), y Rafael Caride Simón, autor material de la masacre de Hipercor, por la que fue condenado a 790 años de prisión. Parece que esta vez la justicia, gracias a la celeridad de tan dignos representantes del Olimpo procesal, ha echado por tierra la proverbial lentitud de la justicia en España porque, de haber tardado 24 horas más en decidir, les hubiera sido imposible liberarlos al entrar en vigor una ley que pone restricciones a la triquiñuela legal a la que se han acogido para el dislate, de modo que había que darse prisa. Y bien que se la dieron. “Las prisas ‘pa’ los delincuentes y ‘pa’ los malos toreros”, decía Juncal. Y qué razón tenía.

Ironías aparte, torpe recurso en el que busco amparo para impedir que la indignación haga que supere los límites de una prudencia calculada y triste, no soy capaz de asimilar el disparate. Porque me hace sufrir lo grotesco de unas sentencias a miles de años que no valen ni el papel en que están escritas. Porque no entiendo que un país como el nuestro, teóricamente civilizado y democrático, se permita el lujo de que la ley sea soporte de la injusticia, que tipejos como estos que han causado tanto dolor inútil y tanta muerte irrazonable, salgan a la calle a respirar el mismo aire que respiran los que aún lloran por los muertos que ellos causaron. Ante situaciones como ésta me siento indefenso e  inútil, porque sé que no hay remedio, que esta rueda continuará rodando, impertérrita, que mañana también tendrá un mañana y los desatinados jamás rendirán cuentas ante nadie, seguirán con sus puñetas y sus togas -ufanos quizá en su mezquindad, acaso convencidos de sí mismos- despreciando la pena de las víctimas. Y la vida de los que vivimos se cuajará de asombros similares y durará la muerte de los muertos, absorta en sus silencios. Me pregunto si alguien tendrá valor para limpiar la sangre doblemente derramada.