domingo, 27 de octubre de 2013

LA ZORRA EN EL GALLINERO

De un tiempo a esta parte, en lo que a la política seguida por este Gobierno con respecto al universo etarra, voy de asombro en asombro camino del pasmo. Y cuando digo gobierno incluyo a lo otros dos poderes del Estado porque, con la degeneración democrática que sufre el país, este don Tancredo con mayoría absoluta tiene un poder casi omnímodo y hace y deshace a su antojo, unas veces de frente y otras de perfil. La cosa ya empezó turbia cuando el Tribunal Constitucional legalizó a Bildu. Gracias a eso, ahora andan estas comadrejas con sus reales asentados en las instituciones locales, autonómicas y nacionales, manejando datos y euros a espuertas, el pecho inflado de sectarismo y babeando fascismo por las esquinas y los escaños. Siguió ensuciándose con la puesta en libertad de Bolinaga, asesino y torturador irredento, al que el juez de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro, puso en libertad atendiendo al diagnóstico de los médicos del hospital donostiarra, más o menos sus primos, y en contra del criterio de los forenses de la Audiencia. Para no dejar en mal lugar a su libertador, este tiparraco debería haberse muerto hace ya unos cuantos meses, pero no tiene ganas de devolverle el favor a juez tan comprensivo y por ahí sigue de chiquitos. Aunque parece, por las últimas noticias habidas sobre su estado de salud, que pronto va a darle la razón a su benefactor y entregará la cuchara. Habrá que verlo. Y ahora, el tinglado, repugnante se mire por donde se mire, de la puesta en libertad por vía de urgencia de Inés del Río, asesina terrorista especialmente sañuda y despiadada, que ya goza de libertad gracias a la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que ha tirado por tierra la doctrina Parot, de manera que se reduce el valor de la vida de los asesinados a un precio de saldo de baratillo. Y me temo que este caso no será el final, sino el principio de una serie de excarcelaciones infamantes que pondrá en la calle a un grupo escogido de criminales, a cual más despreciable. O sea, que aquella expresión latina de Dura lex, sed lex, la vamos a dejar para las chirigotas de Cádiz.

Bien es verdad que el Gobierno no ha tenido otro remedio que acatar, con más o menos prisas, la sentencia del tribunal europeo. Tiene que hacerlo para así cumplir el correspondiente convenio firmado con el mismo. El problema está en la propia sentencia de este alto tribunal. Y ahí es donde la guarra tuerce el rabo porque nos encontramos con la desdicha de tener la zorra metida en el gallinero: El magistrado Luis María López Guerra, principal muñidor de este despropósito. Conocí a este jurista, que no juez, a su paso por la Universidad de Extremadura (1981-1995), cuando se presentó a Rector. No me pareció una persona
demasiado brillante, al contrario, lo intuí (fue una corta charla sobre su programa electoral) más bien oscuro y con pocos recursos. Y carente de cualquier atisbo de carisma. Tan es así que, a un par de preguntas que le hice sobre determinados aspectos de mejora para el personal no docente, no quiso o no supo responderme y se zafó del brete con la promesa de hacerme llegar cumplida respuesta en pocos días. Evidentemente, todavía lo estoy esperando. Imagino que con el paso del tiempo y la experiencia acumulada en los diferentes cargos a los que le promovió su paisano, el suricato leonés, habrá adquirido, si no brillantez, al menos algo más de tablas. Y habrá corregido el exceso de saliva que, recuerdo, producía al hablar. Para no espurrear la toga, digo. Zapatero lo nominó en 2007 para el cargo que ocupa con la misión de que tumbara la doctrina Parot, y así cumplir la promesa hecha a los terroristas con los que se hallaba en plena negociación. Y al final, el tipo se ha salido con la suya y ha consumado la canallada.

Mucho se ha hablado del legado de Zapatero y sus consecuencias, con teorías para todos los gustos. Pero de ésta no tiene escapatoria porque López Guerra está ahí y seguirá ahí hasta 2017, urdiendo nuevas tropelías. Aunque me malicio que a Rajoy le ha venido de perilla esta herencia que se presumía incómoda, porque así tiene la excusa perfecta para poder seguir haciendo el paripé con las víctimas mientras pone una vela a Dios y otra al diablo. Y es que me parece que en estos temas de terrorismo y negociaciones con ETA hemos pasado del buenismo bobalicón y alucinado de uno, a la cobardía hipócrita y bipolar del otro. Y mientras, las víctimas más víctimas, porque lo son de unos y de otros y han de añadir a su dolor la tristeza del desamparo.

Los comentarios de conspicuos integrantes de la izquierda y de algunos tertulianos de diverso pelaje han sido de aurora boreal. Con las bocazas llenas de tópicos sectarios y exultantes de alegría por el triunfo de los derechos humanos y de la leyes del Estado de Derecho, manejando la ley del embudo con la destreza de un prestidigitador y sin mostrar la más mínima empatía con el sufrimiento de las víctimas a las que, en su fanatismo, alguno de ellos incluso se permitió el lujo de sermonear para que dejasen el odio y avanzasen por el camino de la reconciliación. Pues eso, que vayan resucitando los asesinados. Leí el otro día una frase que voy a dedicarles a todos y cada uno de estos mentecatos iluminados, con todo mi cariño: Cuando mueres, no sufres por ello porque no sabes que estás muerto. Si acaso sufren los otros. Lo mismo te pasa cuando eres imbécil.

domingo, 13 de octubre de 2013

FRUFRÚ DE TOGAS

Una de las máximas del ingenuo Montesquieu más sobeteada y desaprensivamente utilizada y transgredida por todos los poderes del Estado es, precisamente, aquella que hacía referencia a la separación de dichos poderes como uno de los pilares fundamentales del Estado de Derecho. Se suponía que unos iban a actuar como contrapeso de los otros y eso serviría para defender al ciudadano no sólo de sus congéneres, sino también de los abusos estatales. Una situación ideal que se queda, como mucho, en declaración de intenciones utópicas por estos corrales patrios porque desde que Alfonso Guerra, en arrebato estalinista, ofició el sepelio del pensador ilustrado, todos los que vinieron detrás se han encargado de ir echando paletadas de tierra sobre su tumba por si, como en el chiste, en vez de muerto estuviera mal enterrado. La actuación de Pascualín de Pascualón y sus mariachis constitucionalistas legalizando formaciones proetarras, o la del juez José Luis Castro liberando a Bolinaga, asesino irredento y moribundo vitalicio, son dos ejemplos palmarios de que la independencia judicial más que una utopía viene a ser, aquí y al día de hoy, un sofisma demagógico cuando no una patraña. Si a lo anterior añadimos la perversión que supone que el poder ejecutivo, encargado de hacer cumplir las leyes, suplante al legislativo, responsable de promulgarlas, transformando su cometido, sobre todo si aquel dispone de mayoría absoluta, en un mero trámite de ida y vuelta, y a sus miembros tan sólo en un número suficiente de votantes aborregados a las órdenes del partido que los nomina, las conclusiones no pueden ser más deprimentes. Y más desalentadoras. Pero bueno, qué se puede esperar de un sistema donde el gobierno nombra jueces y fiscales como Franco nombraba obispos. Y, para más escarnio, si un ministro de Justicia como el que tenemos anda encaramado en el pescante, no es que nos toque sufrir por nuestra mala suerte, que también, es que además con semejante auriga podemos ir camino de cualquier parte. Siempre hacia atrás, claro, y sacando los palios al oreo vaya a ser que se apolillen.

Si a perro flaco todo son pulgas y por si la justicia no tuviera ya suficientemente deteriorada su imagen, el lío de magistrados, magistradas, abogados concursales, amores, parentelas, despechos, detectives y denuncias vivido el mes pasado en los juzgados pacenses y recogido por el HOY esta semana, viene a añadir el punto de frivolidad pedestre y ácida que faltaba para completar su desprestigio. Si esto hubiera ocurrido en una gran urbe nada hubiera transcendido, que la multitud facilita el anonimato, pero Badajoz, siendo una ciudad, en determinados momentos puede transformarse en aldea o, incluso, en patio de vecinos que interiorizan, como si fuera un monográfico de Sálvame a la puerta de sus casas, este episodio de piques conyugales entre magistrados, algunos con selectos apellidos. Veamos: Dos jueces separados de hecho, no de derecho, desde enero. Él, Luis José, en Puertollano; ella, Esther, jueza única del mercantil en Badajoz. Dos hijos de 4 y 6 años que estudian y viven en Puertollano. Él contrata a un detective para saber qué ocurría con las criaturas cuando estaban con su madre en Badajoz y éste le informa que su ex tiene una nueva pareja sentimental, Juan, abogado concursal. Luis José y Esther tienen un encuentro, el 30 de agosto, que acaba muy malamente. Tras él, Luis José denuncia a Esther por adjudicar a su nueva pareja, como jueza de lo mercantil, actuaciones concursales que le reportan a éste pingües emolumentos. Como a la fuerza ahorcan, Juan renuncia a estas adjudicaciones. Esther denuncia a Luis José por maltrato sicológico y exige la custodia de los niños. La jueza sustituta del juzgado de Badajoz desestima la demanda y les conmina a la cordura. El fiscal recurre. La jueza titular, Samantha (sí, con “th”) casada con Emilio, juez decano de Badajoz y, a su vez,  primo del abogado concursal Juan, ya reincorporada de sus vacaciones retoma el caso admitiendo el recurso del fiscal, contradice el auto de su sustituta, dispone que la custodia de los niños la ejerza la madre y ordena el alejamiento de su marido de hecho, Luis José. (Quizás la jueza Samantha (sí, con “th”) debería haber ordenado el no-acercamiento, dado que de Puertollano a Badajoz hay casi 300 quilómetros). Y hasta ahí leí, quizás sé y puedo escribir. Parece que Luis José presentará hasta tres demandas contra su ex de hecho y demás. Y los vecinos pendientes.

Vaya culebrón venezolano se ha perdido la televisión, con apellidos de tanto “abuelengo” y tanta “prosopopeya”, que diría Cantinflas. Incluso hay nombres sonoros (Luis José) o de grafía oportunísima (sí, con “th”), que vienen pintiparados para un serial querendón que podría titularse algo así como Pasiones leguleyas. Rebajando el tono de drama pasional a vodevil arrevistado tipo Lina Morgan y Juanito Navarro, podríamos intentarlo con Amores entre puñetas o así. A mí, sin embargo,  más inclinado al sentido trágico de la vida, la duda que me inquieta es saber el jergón de qué cárcel andaría acogiendo ahora a uno de los dos protagonistas principales de esta historia si no hubiera sido juez. Porque ya se sabe, la justicia, con toda su parafernalia, para el ciudadano de a pie puede llegar a ser una losa inmisericorde y aberrante que lo aplaste ocultando los mayores dislates. Y casi siempre de bóbilis.