sábado, 16 de febrero de 2013

UNA HISTORIA SENCILLA

Le gustaba fatigarse hasta el agotamiento. Le parecía que el cansancio físico ayudaba a disipar el hastío, la angustia de vivir. Así que desde hacía ya unos meses no utilizaba el ascensor y dos, tres, hasta cuatro o cinco veces diarias o quizás más, quién sabe, y a toda la velocidad que sus piernas podían aguantar, subía las escaleras hasta el piso, un sétimo, donde se dejaba vivir. Con eso evitaba, además, el tener que saludar a algún vecino en el ascensor, soportar su mirada compasiva, adivinar sus disimulos. Al cerrar jadeante la puerta tras de sí, se daba de bruces con el desolador panorama que ofrecía lo que, en otros tiempos, había sido su hogar y ahora no era sino una tortura para su cansado corazón.

En su delirio le parecía estar encarnando el papel protagonista de una tragedia irreal, viviendo por detrás de un espejo en un sueño horrible del que despertaría al dormirse. Tantas veces había visto en la televisión situaciones similares a la de su pesadilla que albergaba la esperanza de que todo fuera producto de la alucinación, y de que la modorra le libraría de la congoja y disiparía sus obsesiones. Y por eso su afán era llegar al borde de la resistencia física para dejarse caer en el colchón y dormir y soñar en busca de la realidad de antes. Pero se sabía derrotado de antemano, consciente de que la farsa era sueño y el drama, realidad. Y entonces insomne, desesperado, recordaba paso a paso todas y cada una de las fases de su desgracia: El declive lento pero continuo de la empresa en la que llevaba media vida dejándose la vida; los ERE sucesivos; los pinchazos de intranquilidad en la boca del estómago; los meses sin cobrar; las asambleas que eran más cortejo fúnebre que posibilidad de arreglo; ese ansia irracional de creerse las mentiras; el cordón umbilical a la esperanza roto ante el despido inevitable; la miseria de indemnización con la que hubo de conformarse; el paro; el subsidio posterior; la renta básica; el vacío;  los cientos de currículos presentados inútilmente; los quilómetros recorridos en busca de la nada de fábrica en fábrica, de empresa en empresa y, poco a poco y sin descanso, el deterioro de la esperanza, la pérdida de la ilusión. Y sobrevolando todo, más dolorosa que el desasosiego o el desconcierto, por encima de la sensación terrible de impotencia y de inutilidad, más desesperante aún que la derrota, andaba volandera la tristeza como una inundación irreparable. Una tristeza espesa, lacerante, terca, pelmaza, que se metió en la casa y en los huesos y que de tan dolorosa que era, tan definitiva, le impedía el desahogo puntual del llanto. Así era de cruel. Así de despiadada.

Supo que no tenía escapatoria (lirismo amigo de un final irremediable y compartido en sueños) el día en el que recibió la notificación blanquísima, impoluta, escrita con la misma frialdad distante, exacta, judicial y cínica con la que se firman las sentencias de muerte, que le obligó a empaquetar silencios y abrazos, luces de amaneceres, sombras de figuritas de siempre en el salón, lomos de libros vistos tantas veces, la voz a ti debida, fotos de boda y nietos, de amigos y momentos, la colección de búhos, el poso de los años compartidos, el rastro de los besos de los niños, las miradas calladas, el nombre de esos ojos que siempre le miraban con cariño. Y la rendición. Conoció la fecha en la que vendrían a despojarlo del aire que había sido su vida y su sustento. Y los esperó. Desde la ventana vio llegar la comitiva fúnebre del desalojo y, en ese momento, se abrió la luz que parecía no existir, la luz con la que recuperó la ironía y el sentido del humor que habían acompañado su vida. Se acordó de Hilario Camacho y su Final de viaje, se encaramó en el alféizar de la ventana para dominarlos con la perspectiva del vencedor y canturreando largo y tendido“vuelvo la vista atrás, lo acabo de comprender,  he pasado de largo y el final de mi viaje solo puedes ser tú; solo tú puedes ser el portal de ese amanecer, el único aliento que se adentra en mi cuerpo, hundiendo mi soledad...Donde esperar que nazca de nuevo el sol...”, inició un vuelo torpe de alondra moribunda. Su cabeza tropezó contra la barandilla de un balcón de la segunda planta (fue lo último que vio) desparramando sesos en una lluvia grisácea de presagios y  sangre inocente. Después su cuerpo hizo una pirueta extraña invirtiendo la inercia y fue a caer con estrépito sordo en medio de la calle. Golpe seco y rotundo con pesadez de culpa. Ya sólo un guiñapo distorsionado abrazando la nada, los ojos semiabiertos, la boca besando el asfalto y el silencio asumiendo silencio irremediable. Hacía calor esa mañana y el sol, impertinente, molestaba a la comitiva judicial que venía a ejecutar el desahucio. Un canario cantaba no sé dónde. En el bar de la esquina alguien pidió otra ronda de cervezas. La vida y la distancia es lo que tienen.

Aprovechando el viaje para dejarlo en el Instituto Anatómico Forense, por aquello de los recortes y los ajustes presupuestarios, el cadáver se fue, camino de la autopsia, en la misma camioneta que llevaba los muebles a subasta. Lo acomodaron en el sofá color gris perla donde dormía la siesta cada día de antes. Todo un detalle del Ministerio de Justicia, Gobierno de España.

domingo, 3 de febrero de 2013

EL NIDO DEL CUCO

La hembra del cuco, la cuca, es una pájara de cuenta oportunista, zángana y actriz principal de un caso de poliandria ciertamente sui géneris que, aprovechando la ausencia o la distracción de los propietarios, pone sus huevos, uno a uno, en nidos ajenos y se larga después con viento fresco, dejándolos al cuidado de una hembra de carrillero, bisbita o cualquiera otra de las más de 30 especies que parasita, madre adoptiva a la fuerza ésta que se encargará de empollarlo y lograr el milagro de la eclosión. Cuando el impostor nace, más corpulento que sus desdichados hermanos ficticios, los arroja fuera del nido camino de una muerte segura y él queda dueño del piso, de la despensa y de la madre burlada que lo alimenta hasta que, alcanzado el doble del tamaño que tenía al nacer, ahueca el ala, se da el piro y si te he visto no me acuerdo.

Me ha venido esta imagen al cacumen a cuenta de las aguas turbias que corren en la política española por el rosario de corrupciones, corruptelas, chanchullos y canonjías de todo pelaje y condición que cada día afloran en los medios y que dejan a la casta política pringada y tocada del ala. El daño de los tejemanejes de los corruptos y ladrones en la vida pública no es sólo el que se refiere al expolio de capitales y a la inmoralidad del robo, que también, sino al poso que estas actuaciones egoístas, depravadas y absolutamente repugnantes va dejando en el inconsciente colectivo hasta crear un peligroso arquetipo que identifica políticos con sinvergüenzas, política con bellaquería y delincuencia. Y ésa es la puerta abierta para que los cucos entren en acción. Porque el primer problema, el puramente legal del fraude, tendría fácil solución si hubiera verdadera voluntad política de atajarlo acometiendo una profunda reforma del Código Penal que, de entrada, endureciera en progresión geométrica las penas para los mangantes titulados, agravándolas no sólo por la cuantía de lo robado sino también por la graduación y privilegios del cargo que ocuparan y estableciera, como condición sine qua non para poder reducir años de cárcel, la devolución íntegra de lo robado más intereses y haciendo, en su defecto, al partido político en el que militaran responsable civil subsidiario de sus fechorías. Reforma en la que debería empeñarse, con sólo quererlo, este gobierno con mayoría absoluta, y no en la que ha emprendido el ministro Gallardón, ese “falangista de derechas” según lo definió su padre de manera acertada aunque generosa, que a golpe de tasas abusivas e indultos escandalosos está diseñando una justicia elitista a la que sólo podrán acudir los ciudadanos que dispongan de posibles o de influencias y la Administración, claro, que lo hará de bóbilis. O sea, avanzando con paso firme y marcial hacia un nuevo pasado asimétrico. Lo dicho, por un lado la clase política torpe, ayuna de realidad, cegata adrede y abrazada como garrapata a sus privilegios de dietas y prebendas mientras que, con balas de fogueo por aquello del miedo a los rebotes, hace el paripé de combatir la corrupción; y por otro la ciudadanía que de manera injusta y maximalista hace tabla rasa, confunde categoría con anécdota y dispara al bando con cartuchos de postas sin diferenciar urracas de palomas.

Lo peor, reitero, de este escenario de distanciamiento, desconfianza e incluso desprecio es que es terreno abonado para los cucos oportunistas que, aprovechándose del ambiente embarrado y de la terrible situación económica que lo alimenta, intentan poner huevos en nidos que no les pertenecen. Y lo hacen ofreciendo soluciones mágicas como profetas del Apocalipsis y apóstoles de la salvación. Charlatanes de la nada, vendedores de humo que, aprovechando el deterioro que la clase política se gana a pulso día a día de manera suicida, se presentan como políticos diciendo que no lo son y como líderes virtuales de un movimiento ciudadano redentor que acabará con la partitocracia degenerada y sucia que nos asola. Ejemplo paradigmático de estos especímenes cuentistas es el ínclito Mario Conde, retirado una temporada después del descalabro que sufrió en las elecciones gallegas y que, al rebufo de los papeles malolientes de Bárcenas, ha vuelto a asomarse a su tertulia intereconómica para dar lecciones de honradez con pose empachosa de prima donna límpida y maravillosa. Como sacamuelas de feria ambulante no tiene precio este estafador condenado que, por cierto, no devolvió un duro de lo que robó y que, por intríngulis legales que no alcanzo a comprender, anda por ahí suelto y chuleando. Y encima erguido. En la misma función que este ventajista desaprensivo aparece una organización, un engendro que dice llamarse “Partido X. El partido del futuro”,  batiburrillo amasado de 15M, acracia de salón, redentorismo ciudadano, tufo antipolítico y modernidad asamblearia, de origen desconocido por anónimo, que dice que es bueno que se desconfíe de él porque de los partidos hay que desconfiar por principio. O sea, el colmo del absurdo, algo así como ver a Yul Brynner vendiendo crecepelo. Detrás de estos dos ejemplos vodevilescos fácilmente detectables en su inconsistencia ideológica y, por tanto, sólo peligrosos en lo que puedan tener de gorrones arribistas, pueden aparecer otros elementos más preocupantes. El decorado de crisis económica, recortes salvajes, paro galopante, desencanto político, casos significativos de corrupción y ausencia de futuro, es caldo de cultivo para que las ratas, maestras en aprovecharse de las fragilidades estructurales y de las grietas, se cuelen en el edificio. Y eso ya son palabras mayores porque, al menor descuido, pueden convertirse en plaga. En Grecia ya han dado la cara con el nombre de “Amanecer Dorado”. Aquí todavía no han asomado los bigotes, pero ya se las oye corretear por el sótano.